Almería, 11 de mayo de 2021
Belén Navarro Llobregat
Trabajadora Social
Directora del Centro de Servicios Sociales Comunitarios “Alpujarra” de la Diputación de Almería
Bloguera: trabajosocialytal.com
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela.
Antes de morir, le reveló su secreto:
–La uva– le susurró –está hecha de vino–
Marcela Pérez Silva me lo contó y yo pensé:
Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos
las palabras que cuentan lo que somos
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos (1989)
Las más jóvenes no lo habrán vivido, pero quienes como yo peinan canas, recordarán la nefasta enseñanza musical del colegio. Quienes teníamos la suerte de gozar de un buen oído musical, éramos elegidas para el coro o para la actuación de fin de curso. En cambio quienes tenían un oído, digamos, menos afortunado eran relegadas al ostracismo musical o, en el mejor de los casos, a ejecutar un perfecto playback. La verdad es que mover la boca mientras tus compañeras y compañeros cantan a pleno pulmón es aún más cruel que apartarte del coro. También estaban los docentes que pedían al grupo desafinador que cantasen más bajito, una solución menos cruel que la eugenesia musical del playback o la orden de alejamiento. Ignoraba ese profesorado cerril que el oído musical, como tantas otras cosas, puede ser educado y que una de las maneras es precisamente cantando. A día de hoy vagan por España hombres y mujeres de mediana edad que, víctimas del trauma, no se atreven a cantar ni en la ducha. Solo el gin tonic es capaz de obrar el milagro en el karaoke con resultados funestos para el público.
Con la escritura pasa algo parecido. Cuando pensamos en escribir se nos viene a la cabeza Almudena Grandes, Mario Vargas Llosa o Ana María Matute y, conscientes de que no podremos alcanzar tal excelencia, guardamos la libreta en un cajón o apagamos el ordenador y las ideas que atesoramos jamás verán la luz. Sin embargo, si preguntáramos a cualquiera de estas grandes plumas, nos dirían que sus primeros escritos eran horrorosos y nos explicarían que la escritura tiene mucho de gimnasia, de músculo, de ensayo y error. En definitiva, práctica. Ninguna persona nace escritora del mismo modo que todas las personas que se dedican a la música tampoco nacen siendo Mozart. Ni siquiera ocurre en el deporte, donde por cada Roger Federer hay muchos más Rafa Nadales que han tenido que machacarse y machacarse para mejorar su servicio mediocre.
Lo más importante de todo es que se puede jugar al tenis sin ser Rafa Nadal y se puede escribir sin ser Almudena Grandes. Pienso que las trabajadoras sociales deberíamos escribir en masa. Contamos con pensadoras e investigadoras que han hecho grandes aportes a la profesión, pero no es suficiente. Esta profesión tiene el derecho de escribir y la obligación de hacerlo. Nos sobran los motivos. Propongo tres. Este artículo es un alegato a favor de la escritura. Así, sin más. Por una escritura introspectiva, o rebelde, o serena, funcional, creativa o militante, como es mi caso. Decía Gabriel Celaya:
“Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.”
Cantos Íberos (1955)
La escritura puede ser el arma contra el futuro distópico que casi es presente. El mundo postcapitalista que estamos viviendo tiene visos de convertirse en una especie de planeta diseñado por Aldous Huxley. Ignoro si quienes rigen nuestros destinos son los gobiernos, el club Bildeberg o la pasividad de una población cada vez más desinformada, cada vez más desconectada de lo colectivo y más encerrada en sus infiernos personales, el caso es que la cosa no pinta bien, y ese es el primer motivo para escribir que comparto en estas líneas.
1. El diluvio que viene
El ejercicio público, en general, cada vez es más defensivo y menos proactivo. Más centrado en los medios y menos en la misión. Más preocupado por el formalismo que por el bienestar, en palabras de Philip Alston (2019) La COVID 19 y el auge de la administración electrónica han puesto la puntilla. Las modernas leyes que otorgan derechos a los otrora administrados/as hoy ciudadanos/as son papel mojado. Menguan y se recortan tanto los derechos de las personas como su capacidad de respuesta ante los abusos institucionales. Poner una reclamación, conocer el estado de una solicitud o hablar personalmente con alguien es cada vez más difícil. Intrincados procedimientos electrónicos, carteles tipo deténgase en las puertas o presencia de vigilantes cumpliendo el encargo de filtrar la entrada son ejemplos de lo que denomino bunkerización, que da lugar a una vergonzosa indefensión de la ciudadanía frente a la máquina burocrática. El trabajo social, según muchos autores, no ha escapado a esa deriva neoliberal. Por no hablar del odioso mandato institucional de certificar pobreza y gestionar prestaciones míseras, un encargo que va fagocitando la esencia de la profesión, lenta, pero inexorablemente. Apunta Parajuá (2017, p. 305):
“Hay que tener en cuenta que el Trabajo Social moderno ha desarrollado buena parte de sus códigos de verosimilitud en base a un movimiento de despersonalización, distancia y extrañamiento respecto a los sujetos intervenidos”.
Sea para contraargumentar esta afirmación o detener esta dinámica perversa, la escritura es una herramienta imprescindible. También para imaginar otro mundo, altercapitalista e igualitario, puesto que el patriarcado es otra de esas lacras a la que la profesión debe contribuir a erradicar. Desde dentro. El patriarcado en trabajo social es el elefante en la habitación. Uno más en la profesión.
2. Los hombres nos explican cosas
Si no ha quedado claro hasta ahora,
me encanta cuando la gente me explica cosas de las que saben
y yo estoy interesada, pero aún no sé;
es cuando ellos me explican cosas que sé y ellos no
cuando la conversación se tuerce
Rebecca Solnit
Los hombres me explican cosas (2016)
Decir que el trabajo social es una profesión feminizada es una verdad obvia. Decir que el trabajo social también sufre los efectos del patriarcado es una verdad incómoda. Yo misma lo he padecido en mis carnes en forma de mansplaining*, por parte de hombres procedentes de la academia en diferentes redes sociales, sobre todo twitter. Jamás me ha ocurrido con ninguna profesora universitaria. Siempre con hombres. Afortunadamente no todos los académicos pecan de machoexplicación. Se podrá argumentar que twitter es para debatir y que quizá es que yo tenga la piel muy fina. El asunto reside en los términos en que se produce ese debate. También pudiera ser que esté generalizando sobre un problema que solo me ocurre a mí, sin embargo la propia Rebecca Solnit cuenta en su libro que en EE.UU., a raíz de su publicación, se abrió una página web llamada Los hombres académicos me explican cosas y que los testimonios que allí se volcaron fueron miles. En España en general y en la profesión en particular pasaría algo similar si se abriese una página web parecida. Estoy muy segura porque esta conversación la he mantenido con muchas compañeras que han vivido lo mismo que yo.
*Según el diccionario de Oxford, la palabra mansplain es un término informal que significa (dicho de un hombre) ‘explicar (algo) a alguien, normalmente una mujer, de forma condescendiente’ «machoexplicación», alternativa a «mansplaining» | Fundéu. (n.d.). Recuperado el 11 de abril de 2021, de https://www.fundeu.es/recomendacion/condescendencia-machista-alternativa-a-mansplaining/
¿Qué cosas pueden explicarnos los hombres de la academia sobre las que saben menos que nosotras? Muy sencillo: Intervención social. Nadie sabe más sobre intervención social que las propias profesionales. No apoyaré esta afirmación sobre ninguna cita. Estos hombres son, no me cabe duda, eruditos en política social, modelos de bienestar social o servicios sociales, pero la inmensa mayoría no sabe nada sobre intervención social. Sin embargo, se permiten despachar nuestras reclamaciones sobre la deriva del sistema de servicios sociales o las negativas a hacer esto o lo otro con un argumento tan patriarcal como nuestra tendencia a la queja, acusación que por sí sola daría para un artículo. Por eso es nuestra obligación escribir para rebatir y explicar, porque somos nosotras quienes estamos padeciendo los efectos de las desastrosas políticas sociales sobre la relación de ayuda, en una preocupante deriva desde el acompañamiento al control. Como explicaré más adelante, no son ellos los únicos autorizados a describir la realidad del trabajo social o los servicios sociales. En palabras de Silvia Navarro Pedreño, no hay un saber menor, solo saberes diferentes (2017, p.154)
3. Escribir para pervivir
Somos responsables de preservar ese bagaje de historias
gracias a las cuales crecemos y creamos.
Irene Vallejo
Manifiesto por la lectura (2020)
Sé de muchas trabajadoras sociales anónimas que hacen su trabajo con pasión, rigurosidad científica y ética con mayúsculas. Mujeres que atesoran saberes de incalculable valor. Hacedoras de aquellas pequeñas cosas grandes para muchas familias. Esas compañeras a las que llamas por teléfono para preguntarles sobre un caso que te angustia. Mujeres harto conocidas por el corrillo profesional que, sin la más mínima intención, se convierten en referentes. Profesionales cuyas intervenciones épicas son rememoradas después de su jubilación ¡Se levantó en la reunión y le dijo las verdades del barquero al delegado! ¡Se negó a participar en aquella indignidad! ¡Consiguió que se reabriera ese centro o evitar aquel cierre! Cosas pequeñas que hacen del mundo un sitio grande. Son esas mujeres que dejan un vacío infinito en la profesión cuando se marchan.
Esas mujeres no suelen dejar por escrito aquellas supuestas pequeñas cosas que han logrado. Se llevan el conocimiento consigo y eso da qué pensar. Quizá porque esta profesión es femenina y feminizada. En su interesantísimo artículo El devenir del trabajo social en clave de género Ainhoa Berasaluce Correa nos cuenta, sobre los colegios profesionales:
“en el mantenimiento de esta estructura un elemento clave ha sido el hecho de estar integrada mayoritariamente por mujeres, ya que la actividad de los Colegios Profesionales se ha caracterizado más por satisfacer las necesidades de autoayuda del propio colectivo (Peña y Aranguren, 2008), necesidades éstas atribuidas fundamentalmente a las mujeres, que por cuestiones vinculadas con la presencia pública, de mayor interés para los hombres. Muchas veces he pensado que se trata de una forma característica de relacionarse entre mujeres, en la que prima el grupo sobre la persona y en la que se da mucha importancia a los vínculos afectivos y a las relaciones interpersonales” (p. 135)
Es llamativo el paralelismo que muchas profesionales realizan entre el trabajo social y la costura, un acto femenino y a la vez colectivo por excelencia, en el que las mujeres entre retales, jaboncillos y bobinas de hilo cosen mientras comparten preocupaciones, alegrías, confidencias y dolores. Una actividad, la costura, en la que el apoyo mutuo cobra todo su sentido y potencial. En cambio la escritura es una actividad solitaria que requiere de tiempo y espacio, como ya describió Virginia Woolf en su famosa novela Una habitación propia, que ilustra mejor que yo misma lo que pretendo compartir en este artículo.
Según Chimamanda Ngozi Adichie es imposible hablar de relato único sin hablar de poder (2018, p.18). Quien maneja el relato tiene el control sobre la realidad. Quienes aplican las prácticas narrativas parten de historias saturadas de problemas que son deconstruidas con el protagonismo de la persona para reconstruir historias alternativas. Frente al relato impuesto de la queja y la pasividad, podemos tejer, juntas, una trama de posibilidades. Porque las historias, como también dice Chimamanda, importan. Muchas historias importan. Las historias se han utilizado para desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar (p.28). Sé que el tiempo es escaso. Que se ha de buscar un hueco que no existe. Que es difícil ponerse. Sé bien que los conocimientos que se requieren hay que aprenderlos. Y sé que las revistas científicas no lo ponen nada fácil si se intenta escribir un paper. De hecho pareciese que más de un revisor o revisora disfruta machacando el texto que tiene entre manos. Jamás entenderé la hipocresía de cierto sector de la academia al animar a las profesionales a que escriban y paralelamente corregir con innecesaria saña, cosa por otra parte bastante fácil tras el anonimato de las revisiones. Mientras tanto, el trabajo social y la propia sociedad siguen ávidos de saberes subalternos, de muchas pequeñas historias que, minúsculas pero tercas, se obstinan en llevar la contraria a la realidad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Adichie, C. N. (2018). El peligro de la historia única.
Alston, P. (ONU). (2020). Informe del Relator Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos. In Asamblea General de las Naciones Unidas. https://doi.org/10.18268/bsgm1908v4n1x1
Berasaluze Correa, A. (1986). El devenir del trabajo social en clave de género. Zerbitzuan: Gizarte Zerbitzuetarako Aldizkaria = Revista de Servicios Sociales, ISSN 1134-7147, No. 46, 2009, Págs. 133-140, 46, 133–140. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3119461
Galeano, E. (1993). El libro de los abrazos. Editorial siglo XXI.
Navarro, S. (2017). Saber femenino, vida y acción social. Editorial CCS.
Parajuá, D. (2017). El dominio narrativo. Notas para un análisis crítico de la codificación institucional de los pobres. Cuadernos de Trabajo Social, 30(2), 301–313.
Solnit, R. (2015). Los hombres me explican cosas. Capitán Swing.Vallejo, I. (2020). Manifiesto por la lectura (F. de gremios de editores de España (Ed.).