Huelva, 24 de noviembre de 2020
Ana Delgado Parrilla
Docente en la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de Huelva
De la vida cotidiana en la sociedad actual
Para Lukacs (1969) no hay individuo sin vida cotidiana: esta es imposible de ser eliminada en cuanto espacio-tiempo de construcción y reproducción del ser social. Lo cotidiano se manifiesta como un nivel constitutivo de lo histórico: ninguna existencia personal cancela la cotidianidad.
Mientras la organización capitalista de la vida cotidiana no invade todos los espacios de la existencia individual, cada persona dispone de un mínimo campo de maniobra donde puede desarrollar de cierto modo su autonomía (Netto, 1994). No obstante, en la fase actual del capitalismo avanzado, la organización capitalista de la vida cotidiana permea todos los espacios y se cuela en todos los recovecos de la existencia individual, modelando “la organización entera de la sociedad macroscópica”, imponiendo “sus ritmos y sus ciclos” (Netto, 2012, pp.38).
Ahora bien, pese al carácter insuprimible de la vida cotidiana, en la praxis profesional del trabajo social se activa un proceso de análisis -una suspensión de lo cotidiano (Heller, 1998)- donde aquello que se presenta como autodeterminado debe de ser deconstruido. Dicho de otra manera, el trabajo social en su papel de intervención sobre la cotidianeidad de los grupos subalternos, requiere necesariamente de una crítica de la vida cotidiana (Netto, 2012).
Crisis de cuidados: la cotidianidad de los hogares en el siglo XXI
Para sentar las bases ontológicas del “cuidado” es preciso conceptualizar primero qué es “economía”. Y como diría Celia Amorós: conceptualizar es politizar. Pues bien, definimos economía como la organización y la producción de recursos para la satisfacción de las necesidades, así como para la generación de condiciones de vida dignas (Pérez-Orozco, 2010). Si pensamos dónde ocurren estos procesos, una mirada no androcéntrica advertiría que esto no sólo ocurre en el plano de lo productivo: gran parte de dichos procesos se desarrollan en el ámbito reproductivo, es decir, en la cotidianidad de los hogares, en forma de cuidado.
El trabajo de cuidados comprende dos tipos de actividades: por un lado, las actividades de cuidado directo, personal y relacional, como cuidar de un bebé, de personas que están pasando por procesos de enfermedad o que se encuentran en situación de dependencia; y, por otro lado, las actividades de cuidado indirecto, como cocinar y limpiar (OIT, 2018).
Podemos deducir, por tanto, que el cuidado es una actividad esencial para que el sistema funcione, en tanto que todas las personas requerimos de cuidado indirecto a diario y de cuidado indirecto, personal y relacional al menos en algún momento de nuestras vidas. Con el cuidado en la vida cotidiana -ámbito reproductivo- se hace “el conjunto encaje; es decir, que todos los diversos recursos -fruto del ámbito productivo-, transformados, adaptados, etc. finalmente generan bienestar” (Pérez-Orozco, 2010, pp.134).
La división sexual del trabajo ha venido organizando históricamente el reparto de tareas en la vida cotidiana, asignando el ámbito productivo a los hombres y el reproductivo a mujeres. De ahí que todavía hoy, las actividades de cuidado sean fundamentalmente realizadas por mujeres que trabajan sin ningún tipo de remuneración ni derechos laborales, o en su defecto, por cuidadoras profesionales con condiciones laborales muy precarias en la mayoría de los casos. No obstante, en la transición del siglo XX al siglo XXI estamos asistiendo a un “cambio de época” en el que confluyen diversos factores que están poniendo en peligro el modo histórico de provisión de los cuidados en la vida cotidiana, donde las mujeres asumían el papel central (Fantova, 2015):
- Por un lado, asistimos a un aumento de la esperanza de vida, lo que provoca que haya más personas en situación de dependencia.
- Por otro lado, se ha producido una reestructuración, mutación y diversificación de la estructura familiar tradicional y un acceso masivo de las mujeres al mercado laboral, lo que desestabiliza el esquema de organización de los cuidados basado en la división sexual del trabajo.
Todo ello, sin que se haya asistido a un paralelo desarrollo de políticas públicas que posibilitaran la transición hacia un nuevo modelo de cuidado; ni a un cambio drástico en la mentalidad de los hombres, que empezaran a reclamar su espacio en las tareas propias del ámbito reproductivo (De Miguel, 2015). De modo que, si la desatención de los límites biofísicos del planeta ha conducido a la crisis ecológica que estamos afrontando, los cambios en la organización de los tiempos que aseguraban el cuidado para la satisfacción de necesidades humanas han dado lugar a lo que desde el feminismo se ha denominado “crisis de cuidados” (Herrero, 2011).
Hacia una subversión de la cotidianeidad
La realidad social que estudia y en la que desarrolla su práctica el Trabajo Social tiene mucho que ver con ese espacio de la vida que transita entre lo social y lo íntimo, entre lo personal y lo político; es decir, el espacio de lo cotidiano. Así mismo, parte de las funciones del Trabajo Social se orientan hacia esa dimensión de la vida cotidiana relacionada con el cuidado: acompañar a menores, mayores, personas con discapacidad, personas con adicciones, etc (Fombuena, 2006). Es decir, nuestra relación práctica, teórica y metodológica con el cuidado y la vida cotidiana nos posiciona en un lugar privilegiado para analizar la crisis de cuidados, entendiéndola como una de las principales facetas de la crisis de nuestro modelo de bienestar -y de la economía capitalista sobre la que se sostiene-. Dimensión de la crisis que pone de manifiesto una organización social de los cuidados y de los tiempos injusta, en la medida en que reparte de manera desigual sus costes y sufrimientos: afecta más a mujeres, a personas con niveles de renta bajos, a personas migrantes, etc (Fantova, 2015).
Si no se piensa en su necesaria reformulación desde lo público-común, la organización social de los cuidados supondrá una de las mayores amenazas actuales para la garantía de un futuro trabajo decente (OIT, 2018), así como para la propia sostenibilidad de nuestras vidas. No hace falta tener mucha imaginación: hoy más que nunca, con la actual crisis sociosanitaria, la imposibilidad de cuidar y cuidarnos –y de compatibilizar esto con el trabajo en el ámbito productivo– se está manifestando de manera muy clara.
Ahora bien, no puede decirse que no hayan existido intentos de paliar las consecuencias de la crisis de cuidados. Podemos pensar, por ejemplo, en las políticas conciliadoras de la vida laboral y familiar. Sin embargo, la mayoría de las veces, el concepto “conciliación” se establece como una problemática que atiende casi exclusivamente a la población femenina, por lo que las políticas se diseñan principalmente para las mujeres, actuando como refugio para la reproducción de la división sexual del trabajo (Martín, 2005). Además, los elementos sobre los que pretende mediar la conciliación, la relación entre tiempo y trabajo, son entendidos desde una lógica de mercado androcéntrica y no de aquella que contempla como trabajo algo que va mucho más allá del empleo. Dicho de otro modo, la idea de conciliación emerge para mediar entre espacios de la vida cotidiana contrarios y poco democráticos o equitativos, a saber: la familia y la vida laboral. Si bien el mercado de trabajo reconoce este déficit y establece herramientas para tratar de democratizar este proceso, como la negociación colectiva; en el ámbito de los hogares la lógica democrática queda demasiado lejos, “no tiene reconocida ni negociación colectiva ni agentes sociales en conflicto” pues el “conflicto derivado de la división sexual del trabajo, que tiene como escenario el hogar-familia, es ocultado o negado” (Torns, 2004, pp. 18).
También podemos pensar en la Ley de la Dependencia como otro experimento con el que contamos en España para evaluar medidas en materia de organización social de los cuidados (Fantova, 2015). En este sentido, cabe resaltar lo siguiente: según datos de la estadística mensual del Sistema para la Autonomía y la Atención a la Dependencia, en agosto de 2020 la prestación económica para el cuidado no profesional en el entorno familiar suponía más del 31% del conjunto de prestaciones, ello pese al carácter de excepcionalidad que le confería el artículo 14 de la Ley 39/2006. Si bien esta compensación económica alivia a corto plazo la situación de muchas personas en contextos de dependencia, no resuelve el problema de la desigual organización de los cuidados en la vida cotidiana a largo plazo: esta prestación solo se sostiene en tanto que coincide, por un lado, con las últimas generaciones de mujeres no incorporadas de manera masiva en el mercado laboral y, por tanto, disponibles para el cuidado primario; y por otro lado, con unas elevadas tasas de desempleo (Fantova, 2015). Por ello, cabe preguntarse: ¿qué ocurrirá cuando las responsables de esos cuidados necesiten cuidado? ¿Y cuándo nosotras los necesitemos? ¿Quién podrá asegurar nuestro cuidado, proteger y sostener nuestras vidas en un contexto de profundos cambios en la organización de los tiempos de la vida cotidiana?
Las medidas meramente técnicas, por tanto, no resuelven el problema si lo que nos planteamos es la superación de la crisis de cuidados y el conflicto capital-vida en términos de igualdad de género y no el restablecimiento de un orden social basado en la tradicional división sexual del trabajo. De lo que se trata es de pensar los cuidados como una cuestión estratégica para redefinir una alternativa a la economía de mercado capitalista y su modelo de bienestar (Pérez-Orozco, 2010). Porque lo cierto es que, si bien -desde una lógica liberal y androcéntrica- se tachan de utópicos todos aquellos planteamientos sistémicos que no ponen la vida al servicio de otro fin superior (la acumulación de capital) sino a la propia sostenibilidad de la vida (Perez- Orozco, 2010); cabe plantearse si no es más utópico pensar que el modelo actual de acción social basado en el bienestar puede satisfacer las necesidades sociales de manera universal; cuando el objetivo del sistema sobre el que se sostiene (el capitalismo) no es satisfacer necesidades sino generar y cumplir deseos para promover el consumo; y que, por ende, pone nuestras vidas al servicio de un interés ajeno.
Quizás sea hora de plantear alternativas que respeten y posibiliten la eco-dependencia y la interdependencia relacional y que se ocupen de los cuidados desde una perspectiva comunitaria, relacional, democrática y justa. Porque solo así podremos cuidarnos desde el amor y la empatía, y no desde la culpabilidad (de haber fracasado en la reduccionista lógica capitalista) o el miedo (a hacerlo). Cabe la posibilidad de que, solo si nos reconocemos como colectividad de personas inexorablemente vulnerables e interdependientes podamos, por un lado, acompañarnos en el desafío de los vaivenes de la vida cotidiana y, por otro, superar la estigmatización asociada a las personas usuarias de los Servicios Sociales alcanzando el (tan perseguido) principio de universalidad del sistema. Creo que vale la pena intentarlo.
Bibliografía
Cobo, R. (2005). Globalización y nuevas servidumbres de las mujeres. Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización, 3.
De Miguel, A. (2015). Neoliberalismo sexual. Ediciones Cátedra.
Fantova, Fernando (2015). Crisis de los cuidados y servicios sociales. Zerbitzuan, 60, 47-62.
Fombuena Valero, J. (2006). La influencia de la dimensión de género en el Trabajo Social.
Herrero, Y. (2011): “Propuestas ecofeministas para un sistema cargado de deudas”, Revista de Economía Crítica, nº 13, págs. 30-54.
Heller, A. (1998). Sociología de la vida cotidiana. Madrid: Península.
Lukàcs, G. (1969). Historia y conciencia de clase. Grijalbo, Instrumentos, España.
Martín, T. T. (2005). De la imposible conciliación a los permanentes malos arreglos. Cuadernos de relaciones laborales, 23(1), 15-33.
Netto, J. P. (2012). Trabajo Social: Crítica de la vida cotidiana y método en Marx. La Plata: Productora del Boulevard.
Organización Internacional del Trabajo (2018). El trabajo de cuidados y los trabadores del cuidado para un futuro con trabajo decente. Disponible en: https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—publ/documents/publication/wcms_633168.pdf
Orozco, A. (2010). Diagnóstico de la crisis y respuestas desde la economía feminista. Revista de Economía Crítica, 9(1), 131-144.
Torns, T. (2004). Las políticas de tiempo: un reto para las políticas del estado del bienestar. Trabajo, 13, 145-164.