Cádiz, 11 de noviembre de 2022

Cristina Lucía González Calero
Trabajadora Social Sanitaria especializada en Adicciones

Encontrándome leyendo a una de las referentes del Trabajo Social del Siglo XIX, Concepción Arenal, pude darme cuenta de que un sentimiento que experimentaba con gran frecuencia y por el cual me sentía una Trabajadora Social “extraña” ya había sido tratado con anterioridad y era resumido y conceptualizado de una forma bastante clarificadora por esta gran pensadora.

Conocida por ser pionera en el feminismo español y por tener una mente inmensamente filosófica, dejó un legado que hoy día podemos seguir aplicando a nuestras prácticas en el sector social; la Filosofía de la Compasión. 

No nos resulta indiferente la tan conocida frase “Odia el delito y compadece al delincuente” que nos dejó Concepción Arenal cuando visitaba a las mujeres que se encontraban en prisión, una situación que no era sencilla para ellas teniendo en cuenta el machismo que impregnaba aquellos años. Ser mujer y estar en la cárcel era peor condena que esa propia privación de la libertad a la que se hallaban sometidas.

Con esta Filosofía de la Compasión, explica el concepto de lo que hoy en día llamamos “Empatía”, es decir, saber colocarnos en el lugar de la otra persona para poder comprender sus circunstancias y los motivos que llevan a las personas a actuar de la forma en que lo hacen, sus sentimientos y convicciones. Según la precursora del Trabajo Social en España, es gracias al concepto de Compasión por el que podremos modificar el sistema y convertirlo en uno que no reprima ni discrimine, un sistema de las personas, piadoso y entregado a los demás. Y es precisamente de esta compasión de la que quiero hablar aquí; de la compasión de profesionales del Trabajo Social. 

Antes de profundizar en el tema, me gustaría realizar una distinción entre el sentimiento de compasión y el paternalismo en las intervenciones. Yo, como Trabajadora Social, estoy a favor del empoderamiento de las personas y no considero que un estilo paternalista repercuta de forma positiva en las personas usuarias. Sin embargo, el tema que abordo en este texto es la dificultad tan extrema a la que nos enfrentamos las/os profesionales cuando no podemos aislar el dolor, la angustia y la tristeza de la mayoría de casos que debemos encarar.

Recuerdo escuchar innumerables veces en mi estancia en la facultad que, cuando comenzase a ejercer mi profesión, vería situaciones que me romperían el corazón a pedazos y que, sin embargo, esas mismas me pasarían inadvertidas años más tarde. Según las palabras que escuchaba, el bagaje te iba haciendo cada vez más fuerte, hasta que, poco a poco, irías convirtiendo cada parte de ti en piedra y dejarías de sentir ese dolor por la vida ajena y esa frustración por no poder actuar en determinadas ocasiones que se escapan a tu control. Sin embargo, he de decir que tras trabajar en diferentes ámbitos del Trabajo Social como hospitales de cuidados paliativos, centros de día de personas con enfermedad de Alzheimer, residencias para personas mayores, entre otros, sigo sintiendo el suplicio y el desconsuelo de la persona que tengo frente a mis ojos y a la que tiendo mi mano.

Actualmente, me encuentro trabajando en Coordinadora Despierta, una entidad ubicada en La Línea de la Concepción, dedicada a ayudar a personas con adicciones y, además, en un proyecto de pisos tutelados llamado “Tomando Impulso”, subvencionado por la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación, para mujeres e hijos/as que se encuentran en situación de exclusión social. Dichos pisos tienen la finalidad de cubrir sus necesidades básicas, a la vez que se trabaja el área laboral, con la misión de conseguir un empleo y lograr su independencia total, alcanzando así la forma para valerse por ellas mismas.

Mis funciones en este proyecto son diversas. Principalmente, son funciones relacionadas con incidir en las carencias (o “puntos de mejora” como a mi me gusta llamar) que tiene cada una y trabajarlas junto a ellas para hacerles frente y superarlas. Vivir el día a día, sus problemas y sus pesares. Juntas, ahondamos mediante talleres en la importancia de tener una buena autoestima y salud mental; ambas destruidas por las experiencias de vida que han tenido, aprendemos sobre economía doméstica y establecemos planes de ahorro para cuando deban enfrentarse a esa independencia que tanto ansían, habilidades sociales y de resolución de conflictos para el día a día, la formalización de redes de apoyo, tan necesarias para ellas para mitigar ese sentimiento de soledad que no parece desaparecerles nunca. Así como realizamos estos talleres, trabajamos el área laboral mediante la realización de un itinerario personalizado para cada una, elaborando curriculum vitae, mostrando los portales de empleo más óptimos para ellas y cómo usarlos, así como redes sociales y los servicios de empleo oficiales que existen a nivel regional y comarcal. Por otro lado, se atiende su salud física y mental realizando seguimientos de sus citas médicas y terapias con el área de psicología de la entidad.

Este pasar del tiempo junto a las mujeres, me hace retraerme entonces a mis tiempos universitarios y a aquella charla que anteriormente comenté. Porque, por muchas personas que accedan al recurso, nunca dejó de empatizar con sus vidas y de sentirlas como mías. Y que, seguramente, cualquier trabajador/a social pueda sentirlas también como suyas. 

Qué decir que el sentimiento de dolor aún no ha mitigado. Aún vivo con intensidad la vida de aquellas que luchan y no consiguen cambiar sus rumbos por motivos ajenos a ellas, el desaliento de la inmigrante que no puede regresar a su hogar y no consigue encontrar su sitio, la tortura de las que se vieron envueltas en redes de tratas de seres humanos por intentar labrarse un futuro ellas mismas y la angustia de la que no cree en la esperanza porque solo ha vivido en un eterno tormento.

El Trabajo Social es trabajar con el dolor y es sanarlo. Es curar, aliviar, regenerar, fortalecer. 

Es saber que jamás nos podremos poner la coraza contra la pena, que estas situaciones nunca nos resultarán indiferentes porque jugamos con vida y que, hasta un punto, somos responsables de ellas. Pero que, al mismo tiempo que nos vemos envueltos en esta espiral de inquietudes, estamos cicatrizando heridas de personas que llevan tiempo siendo lastimadas.

Y lanzo mis preguntas al lector: ¿Qué Trabajador/a Social es piedra dura contra el pesar de la desesperanza? ¿No han sido acaso la compasión y la empatía las que nos han hecho progresar como sociedad? ¿Cómo habríamos avanzado si cada persona hubiera pensado exclusivamente en sí misma?

En lo que a mi respecta, considero que de no haber existido jamás este sentimiento, la profesión del Trabajo Social no habría llegado a nacer. Y mucho menos habría conseguido evolucionar hasta el punto en que nos encontramos hoy día. A pesar de vivir en una sociedad cada vez más individualizada, una sociedad “de la inmediatez” en la que se busca satisfacer nuestros deseos de forma inminente debido al frenético ritmo de vida que, en cierta forma, estamos obligados/as a llevar, aún sobrevive el espíritu de la ayuda, la protección y la defensa de las personas que lo necesitan. Es por esto que creo, como reflexión final, que para desarrollar una buena práctica, las personas que nos dedicamos al Trabajo Social debemos potenciar este sentir de la “compasión” traducida como ”empatía” con la finalidad de alcanzar la tan ansiada justicia social que busca nuestra profesión desde sus inicios y que, sin duda y con muchísimos esfuerzos, trataremos de conseguir.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Arenal, C. (1861). La beneficencia, la filantropía y la caridad. Madrid, Imprenta del Colegio de Sordo-Mudos y Ciegos.
  1. Arenal, C. (1865). Cartas a los delincuentes. Madrid, Librería de Victoriano Suárez.
  1. Arenal, C. (1873). La Justicia bien entendida ¿Por quién empieza? La Voz de la Caridad79, 108–110.

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