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Trabajo en equipo

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Madrid, 14 de octubre de 2021

Eva Sales Campos
Socia directora del Instituto Vatea de supervisión y coaching social. Supervisora y formadora en distintas materias vinculadas a la intervención social y el desarrollo de habilidades directivas y liderazgo.

Juan E. Monsalve Serrano
Socio director del Instituto Vatea de supervisión y coaching social. Supervisor y formador en distintas materias vinculadas a la intervención social y el desarrollo de habilidades directivas y liderazgo.

Algunas de las frases que probablemente has escuchado en el entorno de  los servicios sociales con más frecuencia de la que nos gustaría, al igual que sucede en otros entornos, son frases como “trabajamos en islas” , “cada uno/a sobrevive como puede en su chiringuito”, “no somos equipo” y justamente “hacer equipo” es una de las necesidades más habitualmente expresadas por los y las profesionales de los equipos de servicios sociales en nuestras supervisiones, porque aunque les llamamos así, “equipos”, en algunas ocasiones ni se sienten como tal, ni objetivamente funcionan como tal. 

Según Jon R. Katzenbach y Douglas K. Smith (2000) “Un equipo es un pequeño número de personas con habilidades complementarias, comprometidas con un propósito común, un conjunto de metas de desempeño y un enfoque por el que se sienten solidariamente responsables”. 

De este modo, el concepto no hace referencia sólo al conjunto de personas que comparte un objetivo común, sino que incorpora aspectos estratégicos, procedimentales o metodológicos y por otro lado, aspectos relacionales y emocionales que lo distinguen de lo que sería un mero grupo. En la práctica, hablamos siempre de “equipos de trabajo”, pero es importante distinguir que no siempre encontramos en éstos “trabajo en equipo”, según el concepto de equipo referido.

Analizaremos cada uno de los elementos característicos de un equipo, tomando como punto de partida el concepto de Katzenbach y Smith(1):

  • “pequeño número de personas”. Facilita los procesos vitales de los equipos, la comunicación, o la toma de decisiones, entre otros. Los autores vienen a convenir que un número apropiado de personas para configurar un equipo puede variar entre 2 y 25 personas, aunque sería conveniente no más de 10-12 personas. En equipos grandes, generalmente se termina trabajando en sub-equipos.
  • “Con habilidades complementarias”: las personas que trabajan en equipo poseen conocimientos o habilidades complementarias. Bien las tienen o bien las pueden desarrollar, ya que el equipo es también un instrumento para el aprendizaje y el desarrollo personal y profesional de sus miembros. El equipo se nutre y retroalimenta de las cualidades y aportes de todos sus miembros, aprovechándose eficazmente. 
  • “Comprometidas con un propósito común”: Es la esencia del trabajo en equipo. El compromiso requiere de un propósito en el que los integrantes del equipo puedan creer. Los equipos encuentran el rumbo, el ímpetu y el compromiso trabajando para darle forma a un objetivo significativo, dentro del marco de la organización para la que trabajan. Ese propósito compartido aporta además a los miembros del equipo un sentido de pertenencia, de identidad, que alimenta el compromiso. 
  • “Un conjunto de metas de desempeño y un enfoque”:  El propósito debe materializarse en metas de desempeño específicas, claramente definidas, que den foco y orienten las actuaciones. La consecución de estas metas irá reforzando y motivando al equipo. 
  • “solidariamente responsables”: Las personas integrantes de un equipo se sienten mutuamente responsables de las acciones y los resultados del equipo. Cada profesional rinde cuentas de su parte, pero los éxitos y los fracasos son del equipo en su conjunto, cada persona es parte de un engranaje que funciona como unidad.

Para que puedan darse todos los elementos contemplados anteriormente, resulta imprescindible que el equipo actúe de forma organizada, con un plan de acción, procedimientos de actuación y funciones claramente definidas. Los equipos que funcionan de forma eficiente cuidan la comunicación. Sin comunicación, no puede darse el trabajo en equipo. Es necesaria una comunicación abierta, precisa, transparente y respetuosa articulando los canales y los tiempos necesarios.

Por último, el liderazgo y la forma en que éste se desempeña, es una variable determinante. Es muy difícil que los anteriores aspectos señalados puedan producirse sin un liderazgo eficaz.

¿Cuáles son los efectos de la ausencia de un correcto trabajo en equipo?

Desde nuestra perspectiva, varios son los efectos que produce en un equipo de Trabajo Social (cualquier tipo de grupo profesional) la ausencia de liderazgo, estructura y cultura de equipo, entre ellas destacaremos las siguientes:

  1. Indefinición de un claro liderazgo en el equipo de trabajo. Este liderazgo en el seno del equipo no tiene que recaer en la figura de la dirección o coordinación exclusivamente (es necesario que este rol –dirección- se lleve a cabo desde un conocimiento y consciencia plena de la necesidad de competencia en liderazgo), puede ser compartido de acuerdo con el dominio o situación en la que se encuentre el equipo. Esta indefinición se traduce en déficits en varias esferas del grupo de trabajo, como pueda ser en la toma de decisiones, la definición de la cultura del equipo, la creación de un clima de incertidumbre, etc. Si el liderazgo no concuerda con las figuras formales del organigrama, éste se ejercerá por parte de alguna persona integrante del equipo. Esta situación fomenta el despliegue de estrategias en los planos informales y no reglados del grupo, con el consiguiente riesgo de una inadecuada comunicación y la potencial aparición de conflictividad.
  2. Ausencia de apoyo formal y estructural a las profesionales integrantes en el equipo de trabajo, tanto en la ejecución de la tarea, como en el imprescindible apoyo emocional a las personas integrantes del equipo. Ante este vacío, de nuevo, el apoyo se producirá en el plano relacional más personal.
  3. Atomización en el desempeño profesional: Cada profesional hace la lucha por su lado. Cada profesional se busca la vida para resolver los problemas a los que debe dar respuesta. Cada profesional cuenta con sus propios recursos, no los del equipo. Esta situación implica una soledad en el desempeño. Desempeño que como bien sabemos en Trabajo Social supone un importante desgaste tanto por la complejidad en la que se desenvuelven nuestras actuaciones, como en la erosión emocional implícita en todo trabajo con personas en situación de vulnerabilidad.
  4. Pérdida de tiempo, eficacia y eficiencia; en definitiva, falta de productividad. Nos relacionamos mal los profesionales del Trabajo Social con términos emanados de la gestión y la economía. Más allá de la estructural falta de medios y de recursos, reales, es necesario evaluar si podemos mejorar nuestra productividad en el desempeño individual y colectivo. Situaciones en las que cada profesional utiliza sus recursos propios, ausencia de estructuras de gestión del conocimiento del equipo (eso que se denomina en muchos equipos “la carpeta común”, desactualizada, con un gran volumen de archivos con la misma denominación y duplicados o quintuplicados) pérdida de tiempo en la tarea de buscar el recurso actualizado y válido en vigor, la falta de capacitación, e incluso en algunos casos el rechazo en el uso de las tecnologías de la información, supone una pérdida de recursos que tienen y que deben estar destinados  al acompañamiento del ciudadano. Capítulo aparte, y en este mismo dominio, se encuentra la reflexión sobre el uso, abuso y distorsión de las reuniones de equipo. 
  5. Creación de una cultura de trabajo basada en la supervivencia personal en la esfera profesional.; Este supone un claro escenario en el que puede darse el “síndrome de burnout”(2), el estar quemado/a. Situaciones en la que las conductas de las personas que integran el grupo humano se definen por un egoísmo personal, la aparición de discursos de cinismo, desempeñarse con los estándares básicos, mediocridad en el desempeño, falta de ilusión y de ambición profesional individual y colectiva. Esta cultura genera identidad de grupo. 
  6. Identidad/Marca de equipo perjudicial o adversa: La identidad de equipo, la cultura, el estado de ánimo y clima de trabajo que tenemos como equipo define hacia dentro y hacia fuera a la organización. Cómo es el equipo. Cómo el equipo actúa, cómo el equipo se vive, se transmite tanto a las personas integrantes del equipo, como hacia el conjunto de agentes externos con los que se relaciona el equipo. Las personas beneficiarias de nuestro trabajo, otras/os profesionales de otros dispositivos de atención, las/os profesionales de nuestra misma organización, etc., se crean una imagen del equipo (la identidad). Esta imagen puede favorecer los procesos de cooperación y colaboración, puede convertir al equipo en un polo de atracción de profesionales que quieran trabajar en el mismo (capitalizar talento), puede ayudar a favorecer la captación y consolidación de recursos, etc. O bien todo lo contrario, huida del talento del equipo, mala imagen externa con resultado de difícil captación de profesionales cualificadas, desmotivación…
  7. Necesidad de diseñar un modelo de trabajo interdisciplinar; Es indudable la funcionalidad, el enriquecimiento y la operatividad de contar en los equipos con profesionales de distintas disciplinas. Es una necesidad de cara a poder dar una respuesta integral, sistémica y eficaz a las situaciones expresadas por las personas para las que trabajamos. Pero no es menos cierto la complejidad y dificultad que entraña que profesionales de diferentes disciplinas trabajen conjuntamente. Romper creencias, falsos prejuicios, ahondar en el respeto mutuo, marcar y diseñar los objetivos conjuntos, crear un mismo lenguaje conceptual y metodológico, entre otros, son aspectos estratégicos para poder garantizar un adecuado marco de trabajo conjunto.
  8. Riesgo de caer en maltrato institucional; Los efectos comentados con anterioridad, pueden desembocar en que los principales beneficiarios de nuestra actividad profesional, los ciudadanos y ciudadanas acaben siendo víctimas de situaciones y potenciales negligencias por parte de las instituciones, equipos y profesionales del Trabajo Social y disciplinas afines. La distinta atención de acuerdo a el/la profesional de referencia dentro de un mismo dispositivo, el tener que proporcionar los mismos datos personales de manera continua, las distintas perspectivas de abordaje de las situaciones problema, la dilación de los tiempos de atención y respuesta por falta de definición de protocolos… son escenarios que podemos encontrarnos en la cotidianidad de la actuación de los equipos de trabajo. 
  9. La reflexión ética del trabajo en equipo; Un mal desempeño del equipo requiere plantear una reflexión ética del trabajo tanto global, como individual de cada uno de las/os profesionales integrantes del mismo. Una mala estrategia y organización del equipo va a repercutir en la forma en la que actuamos y por lo tanto en una inadecuación de nuestra praxis profesional, tanto en el plano de la ética deontológica, como en el nivel más práctico e individual.

¿Qué respuesta se puede plantear para mejorar y desarrollar el trabajo en equipo en los equipos de Trabajo Social, servicios sociales e intervención social? Desde nuestro marco de trabajo varias estrategias:

  • La primera de ellas, y creemos esencial, es tomar conciencia de las situaciones descritas y de la necesidad de abordarlas desde la capacitación y cualificación profesional. Nadie enseña a trabajar en equipo, a liderar equipos. No es una cuestión innata. Se aprende. Esta cualificación entendemos que es necesaria que se aborde tanto desde el ámbito más académico, como el profesional. 
  • Ser conscientes que la metodología, competencias, habilidades y conocimientos sobre el trabajo en equipo es un dominio del Trabajo Social.
  • Formación; Ofertar acciones formativas, cursos, talleres, etc., sobre estas materias permite tener la oportunidad de cualificarse en este esfera profesional.
  • Fomentar y crear espacios de encuentro entre los/as profesionales (de distinto nivel) en el seno de los equipos de Trabajo Social, servicios sociales o intervención social.
  • Marcar objetivos claros (de resultados y de desempeño), así como definir procedimientos claros de trabajo. 
  • Supervisión: Las habilidades, las competencias no son conocimientos. Hablamos de praxis profesional. Se trata de poner en práctica esos conocimientos adquiridos. Hacer y ponerse a superar miedos y tal vez formas de hacer. Es necesario acompañamiento profesional, tanto a las personas que desempeñan posiciones de dirección, como a los equipos mismos. Es aquí donde la supervisión se hace, una vez más, imprescindible. Es necesario situar a la supervisión como estratégica en la dinámica del Trabajo Social, tanto para las/os profesionales, como para los equipos e invertir en este tipo de acompañamientos externos.

Es responsabilidad de las/os profesionales que desempeñan posiciones de dirección en las distintas instituciones, organizaciones y entidades posicionarse y tomar acciones que repercutan de manera beneficiosa en las profesionales, equipos e instituciones y en última instancia en la ciudadanía.


(1)Jon R. Katzenbach. 2000. “El Trabajo en Equipo. Ventajas y Dificultades”. (p. 84) Ediciones Gránica.

(2)Para más información leer: https://www.redalyc.org/pdf/5257/525752962004.pdf

Málaga, 9 de febrero de 2021

José Carlos Montero Díaz
Trabajador Social. Asesor técnico del Servicio de Valoración de la Dependencia de Málaga

Carmen del Pilar Navarro Navarro
Trabajadora Social. Valoradora del Servicio de Valoración de la Dependencia de Málaga

En un portal de ofertas de empleo líder en España, si introducimos en su buscador “trabajo por objetivos”, aparecen 1.627 reseñas, un 5% del total de sus ofertas. Si aplicamos otro filtro más por “trabajo social” y el resultado se reduce a 3 ofertas -una residencia para personas mayores, una en un programa de emergencias con familias en una empresa, y otra en un programa de acogida para refugiados en una ONG-, en cuya descripción de funciones, tareas y condiciones laborales, no encuentro diferencia con cualquier otra oferta de empleo genérica.

Creemos que este es uno de los primeros retos, saber qué es el “trabajo por objetivos”.

Trabajar por objetivos

Desde siempre se ha podido trabajar por objetivos, pero ¿cuándo se hace consciente? Hace ya casi 70 años (1954), Peter F. Drucker -considerado el mayor “filósofo” (pensador) en el campo de la administración de empresas del siglo XX-, desarrolló un modelo de gestión estratégica para mejorar el desempeño dentro de las organizaciones.

Este modelo, aún estudiado en las más prestigiosas escuelas de negocio, tiene como objetivo mejorar el desempeño de una organización al definir claramente los objetivos acordados tanto por la dirección como por los empleados. Según su teoría, tener voz en el establecimiento de metas y planes de acción fomenta la participación y el compromiso entre los/as empleados/as, así como la alineación de objetivos en toda la organización.

Los elementos esenciales de esta metodología son: 1. Establecer unos objetivos claros, concisos y comunicados. 2. Participación en el proceso de establecimiento. 3. Evaluación de las actuaciones basadas en los resultados.

La elección de los objetivos por tanto sería la primera tarea. Según Fernando Calderón, la formulación del objetivo “ayuda a focalizar los esfuerzos del equipo en el reto exacto que se pretende conseguir, y permite evaluar, sin subjetividad, si efectivamente ha surtido el efecto esperado”. Estos objetivos deben ser de mejora, es decir, indican el logro o reto que se pretende conseguir en un periodo de tiempo. Además, deben ser cuantificados, y serán estimados a partir de la información consistente sobre la situación de partida.

En este artículo no podemos profundizar en el método, que se basa en la mayoría de las teorías, en la gestión de proyectos orientados a la eficiencia del proceso; poniendo énfasis especialmente en todo aquello que aporta el valor para el cliente y reduciendo o eliminando todas aquellas actividades y tareas que impactan en coste y esfuerzo.

F. Calderón señala que el proceso de definición de los objetivos tiene tres fases: 

1. Análisis de la situación de partida: En esta fase se pretende hacer “todo lo que haga falta hasta conseguir dimensionar correctamente la situación”. Es recomendable dedicar el tiempo necesario en estas tareas, evitando que los errores o déficit cometidos en este análisis dificulten las fases posteriores.

2. Planificar: Esta fase tiene dos partes. Una primera parte de selección de los objetivos, proponiendo para ello métodos cuantitativos y cualitativos. Y una segunda parte donde se elabora el “Plan de Acción”. Este Plan debe contener estos elementos: 1. Objetivo; 2. Responsable del objetivo; 3. Equipo de trabajo; 4. Acciones, responsables y calendario; 5. Recursos extraordinarios necesarios. 

El Plan tiene que quedar registrado en un documento en soporte papel o informático. Se propone que esté expuesto en un espacio de trabajo común, y que sirva como mapa para llegar al destino. 

3. Seguir el Plan: El seguimiento persigue garantizar la ejecución del plan, buscando la agilidad en el mismo. Se establece que el plan no debería durar más de dos o tres semanas. Si alguna acción demanda mayor tiempo, se aconseja que la misma se desglose en varias acciones de menor duración. El cumplimiento de un plan no significa el fin del proceso de mejora, se entiende como un continuo en el tiempo. 

Esta metodología tiene también sus detractores, los cuales esgrimen que se enfatiza indebidamente el establecimiento de metas para lograr los objetivos, en lugar de trabajar en un plan sistemático para lograrlo. También se plantea que establecer objetivos particulares lleva a los trabajadores a cumplir esos objetivos por cualquier medio, incluido atajos que dan como resultado un trabajo de mala calidad.

El mismo Drucker creía que su método no era una panacea, sino una herramienta para utilizar; creía que proporcionaba a las organizaciones un proceso. Y muchos profesionales afirman que su éxito depende del apoyo de la alta dirección, objetivos claramente delineados y gerentes capacitados que puedan implementarlo.

El sector público siempre ha ido a rebufo de estas metodologías, queriendo importarlas y adaptarlas a su misión. Esto ha tenido desarrollos y éxitos concretos, pero en ningún caso se han generalizado, y mucho menos se han interiorizado.

¿Objetivos o agilidad?

Anteriormente, dentro del Plan de Acción del trabajo por objetivos, se señalaba la importancia de la “agilidad”.

La “Fundació Factor Humà”, es una organización con más de veinte años, que tiene el objetivo de mejorar la gestión de las personas en las organizaciones. Hace unos años hacía una reflexión titulada “¿Objetivos o agilidad?” en la que señalaba que “para poder tener éxito en un entorno en continuo cambio, donde tecnologías, conocimientos y modelos de negocio se quedan obsoletos en un abrir y cerrar de ojos, las empresas necesitan agilidad” (García, 2015).

Son muchas las empresas que funcionan en contextos normalizados, pero tienen un mal encaje en contextos turbulentos. El autor señala el ejemplo de las organizaciones que tienen sistemas de gestión por objetivos, identificando entre sus problemas los siguientes:

  • Si bien un requisito de la gestión por objetivos, es que estos fuesen compartidos entre jefes/as y colaboradores/as, en la práctica normalmente esta participación brilla por su ausencia. Habla de objetivos “en cascada”, dictados desde la cúpula que caen a los demás niveles.
  • Otro inconveniente es el carácter vertical y descendente de muchos procesos de establecimiento de objetivos. Con frecuencia, las personas que forman parte de un departamento u otro tipo de unidad organizativa desconocen cuáles son los objetivos de las demás unidades con las que tienen que colaborar.
  • Los sistemas de objetivos a menudo están vinculados a sistemas retributivos que recompensan su consecución, en ocasiones desproporcionadamente.
  • En muchas organizaciones los objetivos son establecidos en base anual o semestral sin que existan mecanismos para su revisión a más corto plazo.
  • A esta rigidez contribuye también el mismo diseño de los procesos de establecimiento de objetivos, a menudo excesivamente enrevesados y lentos. Igualmente influye el grado de detalle con que, en general, se formulan los objetivos, que normalmente se plantean con un nivel de resolución excesivamente bajo, y sin hitos que permitan monitorizar los avances o detectar de manera temprana si nos encontramos fuera de rumbo.
  • Hay que añadir la falta de herramientas. Todavía son muy pocas las empresas que disponen de soluciones tecnológicas que les permitan, entre otras cosas, entender como los objetivos de los miembros de la organización están relacionados unos con otros, o como las relaciones de colaboración que se producen en torno a esos objetivos evolucionan a lo largo del tiempo.

Centrando el debate en la gestión ágil de los proyectos, encontramos diversas iniciativas que promueven metodologías y herramientas para ello. Nos hacemos eco aquí de una web especializada, “proyectosagiles.org”, que se presenta como “la web de Scrum en español para la difusión de la gestión ágil de proyectos”.

Las organizaciones necesitan ser capaces de rastrear el entorno en busca de oportunidades y señales que les indiquen posibles cambios de tendencia, conocerse bien a sí mismas para evitar ángulos muertos, y tomar decisiones con rapidez y lo más cerca posible del lugar donde se producen los efectos de esas decisiones. También tienen que poder reconfigurar sus estructuras para adquirir, integrar, desarrollar y reasignar capacidades internas y externas, y aprender de sus errores, tanto como de sus éxitos. Diría que esto también es aplicable a la transformación que debe llevar a cabo y se espera de la administración pública, donde hasta ahora, la “agilidad en la gestión” es el punto más débil de forma endémica.

Algunas empresas recurren a estas nuevas técnicas de organización del trabajo, como el “scrum”. El Scrum es un proceso en el que se aplican de manera regular un conjunto de buenas prácticas para trabajar colaborativamente, en equipo, y obtener el mejor resultado posible de un proyecto. Estas prácticas se apoyan unas a otras y su selección tiene origen en un estudio de la manera de trabajar de equipos altamente productivos.

Comunidades de prácticas

En estas ideas de “gestión ágil de proyectos” y “scrum”, encuentro similitudes con una metodología que se está desarrollando desde finales del año 2017 dentro de la Junta de Andalucía. El IAAP ha impulsado el proyecto “En comunidad” basado en las Comunidades de Práctica CoPs. Comparte en sus orígenes el análisis del mundo en el que vivimos, en constante cambio y al cual hay que adaptarse. Su propuesta pasa por responder a los desafíos desde la colaboración y aprovechando los muchos conocimientos que tienen las personas que llevan años en la Administración Pública.

Una CoP es un “Grupo de personas que, de manera voluntaria y autorganizada, comparten sus experiencias laborales y habilidades con la finalidad de producir conocimientos y aprendizajes útiles para responder a problemas relacionados con sus contextos laborales” (Rodriguez, E y Artillo, J.I, 2019).

La “Guía gráfica para la creación y dinamización de Comunidades de Práctica” elaborada por estos autores, señalan que una CoP no es ni una “Comisión” ni un “Equipo de Mejora”, los cuales son promovidos verticalmente, de arriba abajo, es decir las personas que los componen suelen estar designadas por la propia organización. Las comunidades son iniciativas autoorganizadas entre iguales que eligen abordar un problema que está fuera del foco de la organización, pero que consideran importante, aunque con el respaldo de las personas directivas. Las COPs se organizan horizontalmente y su metodología de trabajo se basa en la colaboración entre iguales para explorar soluciones y construir conocimiento a partir de la experiencia y los saberes que hay en grupo.

Los rasgos distintivos de una CoP son: co-propiedad, voluntariedad, autoorganización, y conexión entre pares.

La CoP supone un beneficio para los/as participantes, pero también para la organización: Son herramientas idóneas para el desarrollo profesional; se puede convertir el saber de las personas en conocimiento experto y ponerlo al servicio de la innovación; mejora continua de carencias que preocupan a las personas en su desempeño profesional; aumenta el reconocimiento personal, en consecuencia, del compromiso y la implicación en la organización; inciden en el trabajo en equipo y la reciprocidad; aumenta la coordinación y fluidez de los procesos de la organización;  conecta la organización con su entorno.

A modo de conclusión

Los métodos de mejora de las organizaciones, y de los equipos y las personas empleadas en ellas, son múltiples. Son métodos comunicados y complementarios entre ellos, y que buscan mejorar los resultados. La mayoría de ellos surgen desde la iniciativa privada, y por tanto la finalidad última siempre será de un mayor beneficio económico. En la iniciativa pública, la finalidad última es la mejora de su servicio público, prestar más y en el menor tiempo. En ambos casos, se busca mejorar también la calidad, y de ahí que se hayan extendido diferentes métodos para su certificación.

Somos de los que pensamos que de todo se aprende, y que, si hay algo que funciona, copiemoslo. Por tanto, toda teoría, toda metodología, tiene el interés intelectual de conocerla, y el “ansia” por encontrar herramientas para mejorar de forma continua.

Laboralmente hemos desarrollado nuestras carreras profesionales en el sector público; también hemos participado activamente en la gestión de organizaciones sociales. Nuestra experiencia nos lleva a una primera conclusión, y es que en el sector público se confunde el “trabajo por objetivos” con el “trabajo por resultados”. En el sector privado, un entorno de trabajo orientado a resultados es una estrategia de gestión de personal en el trabajo, en la cual los trabajadores y trabajadoras son retribuidos en función de los resultados en vez de las horas trabajadas. Esta estrategia tiene como beneficio una total autonomía a la hora de realizar el trabajo.

En el sector público, la retribución no depende de los resultados. Pero sí se marca a los equipos y las personas unos resultados a obtener, saltándose el resto de fases anteriores, independientemente de que se use una metodología u otra. Da la sensación de que la organización no tiene método alguno, simplemente ejecuta su tarea. 

Muchos de estos métodos son útiles en contextos normalizados. En el trabajo social, tenemos la sensación de que siempre desarrollamos nuestro trabajo en contextos “no normalizados”, o, mejor dicho, nuestro contexto siempre es de una “permanente situación de crisis”. La fuerte demanda de nuestros servicios, desvía la atención en la necesidad de una correcta planificación, focalizando el interés en aumentar la respuesta en un menor tiempo posible. Es decir, el objetivo es tramitar las miles de solicitudes que se “agolpan” en todas las mesas.

Uno de los principales errores que percibimos, es que cuando se ponen en marcha nuevos derechos, servicios o prestaciones, las organizaciones públicas no desarrollan ningún método en su implementación. No hay un plan de acción. 

Este déficit, que por lo general no se resuelve, va arrastrándose a lo largo del tiempo al responder siempre a las necesidades con medias parciales y poco eficaces.

Nuestra conclusión final es que, independientemente del método a seguir, la comunicación y la transparencia son fundamentales para que las personas y equipos sepan hacia dónde dirigirse y estén completamente alineados con los objetivos y metas de la organización. Si no se aplica una metodología que implique y dé participación desde el principio a las personas que han de trabajar por conseguir “los objetivos”, estas sabrán únicamente dónde tienen que llegar, pero no se van a sentir apoyadas, ni motivadas, ni valoradas, pudiendo el trabajo volverse ineficaz e ineficiente, además de completamente desilusionante. Por otra parte, la persona trabajadora no se percibirá a sí misma como parte importante y fundamental en la organización, sino como una mera “gestora” del trabajo, provocando “desapego” hacia la organización. Solo un equipo responsable y comprometido con los objetivos será capaz de trabajar de forma competente, por lo tanto, es necesario hacer un esfuerzo por no descuidar aspectos del trabajo que no son medibles ni cuantificables.

Este artículo nos ha acercado a un reto propuesto por el Consejo de Redacción de esta revista. Este es un primer “capítulo”, donde nos acercamos a la materia desde una perspectiva más genérica. Nuestro propio reto a continuación, es buscar cómo se implementa este tipo de métodos entre las/os profesionales del trabajo social y las instituciones en las que trabajamos.

Bibliografía

  • Calderón, F (2020). Guía para trabajar por Objetivos. IAAP.
  • García, S (2015). ¿Objetivos o agilidad? Blog “Factor Humá”.
  • Rodríguez, E y Artillo, J.I. (2019). Guía gráfica para la creación y dinamización de Comunidades de Prácticas. IAAP.
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