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Málaga, 2 de febrero 2024

Rubén Yusta Tirado
Doctor en Trabajo Social por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor Asociado en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid

Recientemente, los medios de comunicación se han hecho eco del estudio llevado a cabo por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) (2024) por el cual, un 44,1% de los hombres encuestados creen que se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad entre mujeres y hombres, que ahora son estos últimos los discriminados. Obviamente, el informe recoge otros aspectos interesantes dentro de la cuestión de género, tales como la opinión del 67,2% de las mujeres que creen que las desigualdades entre ambos son muy grandes o bastante grandes, o el hecho de que un 22,4% de éstas piense que las desigualdades existentes son las mismas que hace 10 años. En cambio, el dato que más ha trascendido y que está teniendo una mayor repercusión es el relativo a este 44% de hombres que sienten que la discriminación ha “cambiado de bando”, cuestión compartida también, como bien muestra el informe, por el 32,5% de las mujeres encuestadas. Lejos de entrar en una valoración de estos resultados, o incluso de buscar el porqué de estas opiniones, es interesante reflexionar acerca de este intercambio en términos de discriminación, de la mano de un concepto que etimológicamente también hace referencia a una transición y que, en la actualidad, tiene una aceptación y una connotación totalmente diferente: el empoderamiento.  

El empoderamiento femenino ha sido definido como un proceso de transformación social, que permite mejorar las capacidades de las mujeres en pos del progreso del sistema social en el que se desenvuelven (León y Batliwala, 1997). Un procedimiento en el cual, las mujeres ganan un mayor control sobre los recursos intelectuales y materiales y desafían la ideología del patriarcado y la discriminación por género (Batliwala, 1994), en el que éstas pueden tomar decisiones informadas y adquirir control sobre sus propias vidas (Casique, 2010). En cambio, de acuerdo con la Real Academia Española (2023), el verbo empoderar hace referencia a la acción de hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido. Ahondando en la última definición de este concepto, se establece la premisa de que el individuo o grupo social desfavorecido, necesita o requiere de un tercer agente, grupo o individuo que genere este traspaso de poder. En este sentido, cuando el empoderamiento se asocia a la mujer, se puede suponer que este traspaso de poder, esta prestación o delegación en pos de la mejora de una situación desfavorable, se ejecuta por parte del hombre hacia la mujer, lo cual no deja de ser llamativo si a nivel semántico se superpone con los datos analizados en el informe del CIS anteriormente citado. De acuerdo con esta premisa, el escenario resultante se antoja una suerte de proceso en el que, tras la concesión o traspaso de poder del hombre a la mujer mediante las diferentes campañas, políticas y procedimientos de promoción de la igualdad, el colectivo masculino se siente discriminado ante la ausencia de un poder que, nuevamente por definición, les ha pertenecido primigeniamente. 

También es importante destacar que los datos que dan pie a esta reflexión, los cuales sustentan el supuesto sentimiento de discriminación hacia el hombre por el avance de las medidas en materia de igualdad, no son nuevos en su planteamiento. Ya en 2012, cuatro años después de la creación en España del Ministerio de Igualdad, a nivel internacional se empezaban a escuchar las primeras voces que abogaban por esta supuesta desigualdad (Benatar, 2012), haciendo alusión cuestiones como que mientras que existe una intervención cuando las mujeres se ven subrepresentadas en los puestos ejecutivos de las principales empresas, por ejemplo, existe cierta inacción en cuestiones como que existan más estudiantes de género femenino o que los hombres tengan más probabilidades de ser reclutados para el ejército (De Castella, 2012). Esta confrontación de datos que, a todas luces, mezcla datos que poco a nada tienen que ver entre sí para diseñar un escenario de desigualdad, no es tan lejana ni en el tiempo ni en el espacio. En España contamos con movimientos exclusivamente dirigidos a subrayar ciertas diferencias entre ambos géneros (Pujalví, 2023) cuya veracidad o exactitud de los datos quedan a disposición de la persona lectora, así como diferentes posicionamientos políticos que, al igual que el filósofo sudafricano anteriormente mencionado, entremezclan conceptos de igualdad con aspectos tan variopintos como el libre mercado, la ciencia, el marxismo o las tareas domésticas, entre otras (Vilches, 2024; Mateo, 2024). 

Tal y como se ha comentado anteriormente, no se va a entrar a valorar tal sentimiento mostrado en el informe que abre este artículo, pero sí que es importante reflexionar con la ayuda de estos datos, acerca del escenario que dibuja esta situación. Con todo lo anterior, se llega a la conclusión del machismo, definido como una forma de discriminación sexista caracterizada por la prevalencia del varón (Real Academia Española, 2023), implícito en el concepto del empoderamiento de la mujer, el cual dibuja una situación en la que el colectivo masculino “cede” parte de su poder en pos de la mejora de las condiciones de las mujeres; situación que, además, apoyada por los datos citados anteriormente, ha encendido las alarmas en el colectivo masculino, como un resorte que indica un sentimiento de exceso de empatía para con sus homónimas femeninas. 

Para terminar, esta reflexión apoyada en un ejercicio de interpretación semántica de un término extremadamente utilizado en cuestiones de igualdad entre hombres y mujeres, nos ayuda a comprender la importancia del lenguaje en la conformación del pensamiento y, en definitiva, de la forma de proceder y de actuar en la sociedad, tal y como ya ha sido analizado históricamente por Wittgestein (1993) y Gadamer (1996). Pero además, nos permite reflexionar, aspecto muy recomendado en un momento crítico para las relaciones entre géneros, sobre conceptos que tenemos del todo integrados y que, en su base, en su semántica, puede radicar como se ha mencionado, la explicación a ciertos fenómenos que actualmente impactan en la sociedad. Una reflexión más que recomendada teniendo en cuenta nuestra pertenencia a una disciplina profundamente feminizada (Consejo General del Trabajo Social, 2023) como el Trabajo Social que, además, es clave en la conformación de una intervención social feminista en su sentido más amplio (Zunino y Guzzetti, 2018) y que está llamada a visibilizar y a avanzar en la lucha contra las situaciones de desigualdad en las que se cuestionen las estructuras sociales que las sostienen (Fernández-Montaño, 2015). 

Bibliografía

Batliwala, S. (1994). Population Policies Reconsidered. Harvard University Press. 

Benatar, D. (2012). The Second Sexism: Discrimination Against Men and Boys. Wiley-Blackwell. 

Casique, I. (2010). Factores de empoderamiento y protección de las mujeres contra la violencia. Revista mexicana de Sociología, 72(1), 37.71. 

Centro de Investigaciones Sociológicas. (2024). Percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres y estereotipos de género. Nota de Prensa. https://www.cis.es/documents/20120/2461672/NP_Percepcion+Igualdad.pdf/31418264-a1d8-36cb-b7df-c806f17466cc?t=1705310408962 

Consejo General de Trabajo Social. (9 de marzo de 2023). El Género en la profesión del Trabajo Social. https://www.cgtrabajosocial.es/noticias/el-genero-en-la-profesion-del-trabajo-social/9158/view 

De Castella, T. (2012). Los “masculinizas” que luchan por los derechos de los hombres. BBC Newshttps://www.bbc.com/mundo/noticias/2012/05/120503_padres_activistas_il 

Fernández-Montaño, P. (2015). Trabajo Social Feminista. Una revisión teórica para la redefinición práctica. Trabajo Social Global, 5(9), 24-39. 

Gadamer, H. G. (1996). Estética y hermenéutica. Tecnos. 

León, M., y Batliwala, S. (1997). Poder y empoderamiento de las mujeres. TM Editores. 

Mateo, J. J. (16 de enero de 2024). Ayuso, sobre el 44% de hombres que se cree discriminado frente a las mujeres: “Claro que se genera esa sensación”. El Paíshttps://elpais.com/espana/madrid/2024-01-16/ayuso-sobre-el-44-de-hombres-que-se-cree-discriminado-frente-a-las-mujeres-claro-que-se-genera-esa-sensacion.html 

Pujalví, C. (17 de febrero de 2023). ¿Las mujeres tienen más derechos que los hombres en España? Una mirada a las estadísticas. La Razónhttps://www.larazon.es/actualidad/blog-afirma-mujeres-tienen-mas-derechos-que-hombres-espana_2023021763ef7f3eb670df00015ac268.html 

Real Academia Española. (2023). Diccionario de la Lengua Española (Edición 2023)

Vilches, J. (21 de enero de 2024). La “rebelión masculina o por qué los hombres se ven discriminados. La Razónhttps://www.larazon.es/cultura/rebelion-masculina-que-hombres-ven-discriminados_2024012165ac592ad8aa250001ced2ae.html 

Wittgestein, L. (1993). Tractatus Logico-Philosophicus. Alianza Universidad. 

Zunino, E., y Guzzetti, L. (2018). La intervención social en clave feminista. Aportes de las teorías feministas para la intervención en lo social. Debate Público, 15-16(1), 49-57. 

Málaga, 19 de julio de 2022

Gabriela Orrego Sánchez
Trabajadora Social- estudiante del máster universitario de Igualdad y Género. Universidad de Málaga.

Laura Domínguez de la Rosa
Profesora contratada doctora. Departamento de psicología social, trabajo social y servicios sociales y antropología social.
Universidad de Málaga

Las redes sociales online constituyen una parte fundamental de nuestra cotidianidad. Desde que las tenemos al alcance de nuestros teléfonos móviles se han hecho indispensables para el correcto desarrollo de las interacciones sociales. A través de estas, no sólo tenemos la posibilidad de mantener una conexión continua con nuestros contactos, sino que también podemos diseñar nuestra propia plataforma de autorrepresentación en la que exponemos al público nuestra identidad en función de lo que deseamos o no deseamos mostrar (Renau et al., 2012).

Tal es su importancia en nuestro día a día, que la falta de participación en las mismas te excluye de algunas circunstancias y situaciones que inevitablemente requieren de su uso, y ante nuestro natural instinto de pertenencia social, la tendencia a la cibernavegación se incrementa a niveles impensables. De acuerdo con Flores y Browne (2017), el tiempo dedicado a la navegación y la creación de nuevos perfiles va en aumento continuo, puesto que se calcula que un 75% de los y las cibernautas menores de veinticinco años disponen de una cuenta en alguna red social. Además, los autores enfatizan en la importancia que la juventud le otorga a dichas plataformas, al considerarlas esenciales para el mantenimiento de una vida social satisfactoria.

Si bien son innegables las facilidades que ofrecen y los múltiples beneficios que suponen, es indiscutible que la dinámica bajo la cual operan no es del todo tan buena, pues a estas alturas ya son bien conocidos algunos de los inconvenientes más frecuentes que apelan principalmente a la población más joven. Adicciones, problemas de privacidad, uso de la información personal, discursos de odio, discriminación, ciberacoso, entre muchos otros problemas se han convertido en el pan de cada día, y haciendo un análisis desde la perspectiva de género, fácilmente podemos localizar infinidad de desigualdades y violencias que impactan a las mujeres a niveles claramente destacables.  

Para identificar el origen de dichas desigualdades en un entorno a primera vista inofensivo es necesario remitirnos a los años setenta, época en la que el sociólogo Pierre Bourdieu acuña el término “violencia simbólica” para referirse a un tipo específico de dominación social en el que las personas sujetos oprimidas no son conscientes de la violencia ejercida. La realidad es que este tipo de violencia es difícil de identificar debido a que opera, como su propio nombre lo indica, en un campo simbólico que no requiere de expresiones físicas, pues se basa en la imposición de significaciones supuestamente inofensivas e incluso necesarias para la supervivencia que actúan como medio de comunicación y entendimiento del mundo social (Bourdieu, 2002).

Pero ¿Qué tiene que ver esto con las redes sociales? Pues bien, más de lo que nos imaginamos. Si analizamos la creciente popularidad de la autorrepresentación virtual, sumada a la sobreexposición de imágenes, la mercantilización corporal y la imitación de determinados referentes estéticos, nos daremos cuenta de que esto ha pasado a convertirse en una dinámica naturalizada de expresiones egocéntricas y neonarcicistas que generan graves consecuencias (Finol y Hernández, 2015).

Más allá de un inofensivo juego exhibicionista, estos patrones de comportamiento virtual esconden interacciones asimétricas plagadas de estereotipos de género en el que se aprecian claras diferencias en el tipo de representación que se le otorga a hombres y mujeres, pues, mientras los chicos publican fotografías que transmiten fuerza (focalizando la musculatura), las chicas publican imágenes que realzan la belleza y la feminidad (labios, piernas, escote, etc.) (Flores y Browne, 2017). Tal y como opera la violencia simbólica, estas manifestaciones parten de concepciones altamente diferenciadas entre sexos, estableciendo líneas fronterizas que determinan las significaciones de la feminidad y la masculinidad (significaciones usualmente limitantes y excluyentes).  

El papel de la imagen en la reproducción de estereotipos es en definitiva de las más influyentes, ejemplos de ello podemos encontrarlo en aplicaciones o apps de citas, como Tinder. Según explica la periodista Beatriz Serrano (2019), este tipo de redes en repetidas ocasiones han antepuesto sus intereses comerciales por encima de la integridad de sus personas usuarias, exponiendo a las mismas a un juego de mercantilización estética. A diferencia de las compañías competidoras como OkCupid o Meetic, Tinder premia la imagen sobre el discurso, imágenes estereotipadas cuyo éxito en la búsqueda del amor dependerá del cumplimiento de los normotipos corporales. ¡!Ojo a este último dato! porque ya no sólo estamos hablando de dinámicas ejercidas por las propias usuarias y los propios usuarios, sino de manipulaciones algorítmicas discriminatorias que pueden ser controladas por las mismas compañías.

El siguiente planteamiento ante estos hechos podría ser: ¿Cómo se traduce esto en violencia? Y la respuesta está en las consecuencias que se generan. De acuerdo a las investigaciones de Cohen et al. (2017) la cantidad de tiempo que la juventud destinan a la visualización de imágenes consideradas atractivas se relaciona de manera directa con la insatisfacción corporal, siendo las plataformas enfocadas en la fotografía, aquellas que más promueven la internalización de los ideales de delgadez. El problema se agrava cuando analizamos la relación de estas dinámicas con determinados trastornos de la conducta. Tabares (2020) confirma el gran riesgo que suponen tanto en la aparición como en el agravamiento de los TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria), haciendo énfasis en la bulimia y la anorexia.

Ahora bien, los TCA no son los únicos problemas que retoman protagonismo, puesto que incluso están apareciendo nuevos tipos de Trastornos como consecuencia directa de la sobreexposición de imágenes y la autocontemplación corporal. “Dismorfia de Snapchat” es el nombre otorgado al trastorno dismórfico que genera en las personas usuarias una obsesión por modificar su apariencia según la imagen perfeccionada que visualizan de sí mismos a través de los filtros. Sarabia (2018), sostiene que este es experimentado por alrededor de un 2% de la población y se agrupa dentro del Espectro Obsesivo Compulsivo. Como era de esperarse, esto ha provocado un aumento de pacientes en las clínicas estéticas estadounidenses.

Vemos pues, como aquello que comienza como un patrón simbólico en el que los y las sujetos supuestamente de manera libre e independiente expresan su identidad y muestran al mundo la mejor versión de sí mismos ajustando a su gusto la pose, el filtro y el encuadre (Murolo,2015), trasciende posteriormente a consecuencias en la salud física y mental. Es justo de esta manera como trabaja la violencia simbólica, cuya aparente normalidad constituye su arma más letal, convirtiendo en cómplices a las propias personas oprimidas, todo ello a través de un proceso sincrónico de desconocimiento y reconocimiento que legitima la desigualdad (Fernández, 2005).

 Es de vital importancia recalcar que son las mujeres las que se ven mayormente afectadas ante esta situación. Peris et al., (2016) señalan que la histórica presión sociocultural bajo la cual han estado sujetas las convierte en un perfil de riesgo emocional muy diferente al de los hombres. De hecho, el propio Pierre Bourdieu decidió extender el concepto de violencia simbólica hacia la dominación masculina, al considerar que las asimetrías en la jerarquización designadas a los sexos permitían comprender con claridad la economía de los intercambios simbólicos (Bourdieu, 2000). En efecto, son las mujeres las que mayormente han soportado el peso de la normatividad estética, en un intento por definir su “feminidad” bajo restrictivos cánones sociales.

Desafortunadamente, dichos patrones de violencia hacia las mujeres no se ven reproducidos únicamente en la imagen sino también en el discurso. Basta con navegar por plataformas como Reddit, Forocoches, Varones Unidos o mgtow.com para encontrarse con infinidad de debates degradantes y sexualizados hacia estas. Philips (2019) manifiesta que el ataque hacia el movimiento feminista se hace aún más evidente, pues son habituales los insultos, las burlas y hasta las amenazas de muerte o violación. Pero no es necesario adentrarse en estos foros no tan conocidos para descubrir que el discurso en las redes sociales no va precisamente a favor de las mujeres, si nos trasladamos a Instagram, una de las redes más populares del momento, también encontraremos disparidades.

De acuerdo a una investigación publicada por la universidad de Columbia en el año 2018, los hombres tienen 1,2 veces más probabilidades de percibir mensajes y comentarios positivos en sus fotografías, además, las publicaciones de las mujeres reciben cada vez menos representación pese a constituir la mayoría de la muestra. Según afirman los investigadores, los algoritmos absorben patrones repetitivos y los reproducen a gran escala, contribuyendo así a la invisibilización de la participación femenina (Stoica et al., 2018). No bastando con esto, si redirigimos la mirada a Facebook, otra de las redes sociales más populares, nos toparemos con algunos registros de demandas impuestas por discriminación, tal y como ocurrió en el año 2019 al descubrirse que algunos de sus anuncios publicitarios, en relación a servicios financieros e inmobiliarios, se publicaban con menos frecuencia a las personas usuarias de bajo interés mercantil, para lo cual se tenía en cuenta la raza, la nacionalidad y, como era de esperarse, el género, traduciéndose esto en menores oportunidades de crecimiento financiero para las mujeres (Pinto, 2019).

Una mirada desde el Trabajo Social

Habiendo analizado todo lo anterior nos queda preguntarnos ¿Qué papel cumple el Trabajo Social en toda esta problemática? La realidad es que aún queda bastante camino por recorrer para dar respuesta a dicha cuestión, no obstante, atendiendo a la promoción de la igualdad y la justicia social como principios fundamentales de la profesión, nuestra implicación se hace ineludible, ya que además de constituir una problemática de índole social, del nivel de comprensión de esta dependerá la efectividad del accionar profesional.

Algunas de las redes sociales mencionadas con anterioridad conforman espacios dinámicos, de fácil accesibilidad y gran capacidad de adaptación al cambio que representan una gran oportunidad en el marco de la intervención. Además, la propia naturaleza bajo la cual operan actúa en gran parte a nuestro favor, ya que su alta capacidad de difusión facilita la puesta en marcha de acciones de mayor alcance que refuercen algunos de los pilares básicos de la disciplina como la ampliación de redes apoyo y el fortalecimiento de las interacciones sociales.

Tal y como se ha venido señalando, es indispensable tener en cuenta que nos enfrentamos a un medio que en sí mismo constituye un espacio de riesgo ante la reproducción de estereotipos y formas de discriminación, sin embargo, las intervenciones que se planteen no deben estar dirigidas a la demonización de estos medios, sino a la concienciación respecto a las oportunidades que ofrecen. Se trata simplemente de aprender a sacar provecho de estas plataformas de la forma correcta y enseñarle a la comunidad a utilizarlas de manera consciente, responsable y bajo una perspectiva de género.  Cabe resaltar que sólo adentrándonos en el mundo de las redes sociales desde el punto de vista de las personas usuarias que la utilizan, podremos construir planes de acción verdaderamente atractivos para la comunidad más joven.

Ante la polivalencia que caracteriza a la profesión, la aparición de nuevos tipos de violencia a raíz de las dinámicas virtuales no constituirá un impedimento en nuestro desarrollo, ahora bien, la improvisación no es la solución, por lo que ello no nos exime de hacer frente a los cambios sociales mediante el replanteamiento continuo de nuestro de accionar. Ahora más que nunca se hace necesaria una revisión profunda de nuestras metodologías clásicas y su efectividad en las problemáticas sociales emergentes. Como bien afirmaba Arriazu (2007) la inmersión en nuevos terrenos de investigación inevitablemente implicará épocas de incertidumbre e inseguridad profesional, sin embargo, teniendo en cuenta el terreno en el que se pretende ahondar, nuestra motivación debe basarse en las infinitas posibilidades ya señaladas.

BIBLIOGRAFÍA

Arriazu, R. (2007). ¿Nuevos medios o nuevas formas de indagación?: Una propuesta metodológica para la investigación social on-line a través del foro de discusión. Forum: Qualitative Social Research, 8 (3), 1-17.

Bourdieu, P. (2000). La domination masculine. Editorial Anagrama. 

Bourdieu, P. (2002). lección sobre la lección. Editorial Anagrama.

Cohen, R., Newton-John, T. & Slater, A. (2017). The relationship between facebook and instagram appearance- focused activities and body image concerns in young women. Imagen corporal, 23, 183-187. https://doi.org/10.1016/j.bodyim.2017.10.002

Fernández, J. (2005). La noción de violencia simbólica en la obra de pierre bourdieu: una aproximación crítica. Cuadernos de trabajo social, 18, 7-31.

Finol, J. & Hernández, J. (2015). Sociedad del espectáculo y violencia simbólica: Las nuevas formas de la violencia en el discurso mediático. Espacio Abierto, 24(2), 349-369.

Flores, P. & Browne, R. (2017). Jóvenes y patriarcado en la sociedad TIC: Una reflexión desde la violencia simbólica de género en redes sociales. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 15(1), 147-160.

Murolo, N. (2015). Del mito del narciso a la selfie. una arqueología de los cuerpos codificados. Palabra Clave, 18(3), 676-700.

Peris, M., Maganto, C. & Garaigordobil, M. (2016). Escala de Autoestima Corporal: Datos psicométricos de fiabilidad y validez. Revista de psicología clínica con niños y adolescentes, 3(2), 51-58.

Phillips, A. (2019, 7 de marzo). 24 horas en la internet machista. La Vanguardia. https://www.lavanguardia.com/tecnologia/20190308/46865478527/dia-de-lamujer trabajadora-8-marzo-8m-huelga-feminismo-internet-machismo.html 

Pinto, T (2019, 18 de noviembre). Facebook afronta otra demanda por orientar sus anuncios de forma discriminatoria. El País. https://elpais.com/tecnologia/2019/11/13/actualidad/1573669848_630951.html

Renau, V., Carbonell, X. & Oberst, U. (2012). Redes sociales online, género y construcción del self. Aloma, 30 (1) , 97- 107.

Sarabia, D. (2018, 6 de agosto). La “dismorfia de Snapchat”: operarse para ser como tú “yo” del filtro. El Diario. https://www.eldiario.es/tecnologia/dismorfia-snapchatquerer-parecerte-filtro_1_1987028.html

Serrano, B. (2019, 23 de mayo). Proposiciones indecentes, insultos y “ghosting”: por qué los hombres pierden la educación en Tinder. El País. https://smoda.elpais.com/placeres/sexo/proposiciones-indecentes-insultos-yghosting-por-que-los-hombres-pierden-la-educacion-en-tinder/

Stoica, A. A., Riederer, C., & Chaintreau, A. (2018, April). Algorithmic Glass Ceiling in Social Networks: The effects of social recommendations on network diversity. In Proceedings of the 2018 World Wide Web Conference (pp. 923-932).Tabares, S. (presentadora). (2020, 3 de junio). Redes sociales, el nuevo espejo de los trastornos de la conducta alimentaria [Capítulo 74]. Cadena Ser. https://cadenaser.com/emisora/2020/06/02/radio_valencia/1591083829_979456. htm

Huelva, 27 de abril de 2021

Alba López Pozo.
Trabajadora Social.
Máster Universitario en Estudios de Género, Identidad y Ciudadanía

Hoy en día, todo el mundo habla sobre la perspectiva de género, desde personas físicas, entidades hasta Administraciones Públicas. Sin embargo, realmente muy pocas personas conocen lo que se esconde detrás cuándo se habla de ‘perspectiva de género’. En muchos documentos se denomina también transversalidad de género o mainstreaming de género.

La perspectiva de género ‘se refiere a la metodología y los mecanismos que permiten identificar, cuestionar y valorar la discriminación, desigualdad y exclusión de las mujeres, que se pretende justificar con base en las diferencias biológicas entre mujeres y hombres, así como las acciones que deben emprenderse para actuar sobre los factores de género y crear las condiciones de cambio que permitan avanzar en la construcción de la igualdad de género’ (Gobierno de México, 2021). Por lo que la perspectiva de género pretende reducir la desigualdad construida culturalmente.

La transversalidad de género surge en el año 1985 en la III Conferencia Mundial sobre las Mujeres (Naciones Unidas, 1985). La transversalidad de género surge como equidad entre hombres y mujeres a través de las políticas específicas de igualdad. Estas políticas recogen medidas de acción positivas dirigidas a las mujeres que son incorporadas en todas las etapas de la actividad política: diagnóstico; planificación; ejecución y evaluación.

Sin embargo, la perspectiva de género no solo se enmarca a nivel político, sino que es una ‘visión’ de la realidad diaria. Una metáfora muy utilizada para explicar estas intervenciones es la llamada ‘gafas violetas’. ‘Las gafas violetas’  es como decir ‘mira desde otro punto de vista, mira desde mi punto de vista como mujer’. Esta herramienta pretende ser una mirada crítica que deconstruya de forma intrínseca el patriarcado construido desde hace siglos en el cual subordina a la mujer por parte del hombre debido a la cultura y tradición. 

El machismo está intrínseco en las estructuras de la sociedad desde hace muchos siglos a todos los niveles (local, autonómico, estatal e internacional) es por ello que se diseñaron normativas para comenzar a reducir las desigualdades de oportunidades entre hombres y mujeres; prevenir la violencia contra las mujeres, etc. 

Las normativas más destacables son las siguientes:

  • Constitución Española.
  • Instrumento de ratificación del Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra la mujer y la violencia doméstica, hecho en Estambul el 11 de mayo de 2011.
  • Instrumento de Ratificación por parte de España del Tratado de Ámsterdam por el que se modifican el Tratado de la Unión Europea, los Tratados Constitutivos de las Comunidades Europeas y determinados actos conexos, firmado en Ámsterdam el 2 de octubre de 1997.
  • Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
  • Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres.
  • Ley 4/2015, de 27 de abril, del Estatuto de la víctima del delito.

Excepto la Constitución Española, las demás normativas recogen medidas que promueven la discriminación positiva. 

En 2015, desde Naciones Unidas se estableció un acuerdo con 193 países con los objetivos que persiguen la igualdad entre las personas, proteger el planeta y asegurar la  prosperidad   como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible. Un nuevo contrato social global que no deje a nadie atrás. Estos objetivos se denominan los Objetivos del Desarrollo Sostenible y son 17 en total. 

Sin embargo, aun habiendo normativa que obliga a las distintas instituciones a todos los niveles a intervenir día a día incluyendo la perspectiva de género, la realidad es otra muy distinta.

Hoy en día sigue existiendo, entre otros aspectos, profesiones masculinizadas o feminizadas, el llamado ‘Techo de Cristal’,  urbanismo masculinizado, ocultamiento del papel de la mujer en la Historia, culpabilidad de las mujeres en el ámbito familiar, lenguaje excluyente, vergüenza propia en el contexto sexual por parte de las mujeres, etc… Cabe añadir, la inadecuada gestión emocional por parte de los hombres, exceso de responsabilidad económica varonil, falta de habilidades socio-comunicativas para expresar pensamientos y sentimientos por parte de los hombres, etc. En este artículo se realiza una breve reseña a algunos de los aspectos mencionados anteriormente:

  • Urbanismo masculinizado

Según Serafina Amoroso (2020), ‘las mujeres viven en ciudades que no han sido diseñadas para y por ellas’ (Revista Crítica Urbana, 2020). Esta autora hace referencia a los distintos patrones de movilidad y de la utilidad del transporte público diferenciado entre hombres y mujeres. Las mujeres, por su rol tradicional de cuidadora suelen realizar recorridos más complejos (el hombre suele ir de casa-trabajo-casa; en cambio la mujer suele realizar casa-trabajo-compra-colegio-dentista-etc) y prácticamente diurno, ya que debido a la poca iluminación (entre otros factores) las mujeres temen salir de noche por si pudiera ocurrir algún tipo de agresión. Cabe resaltar que en las grandes ciudades, principalmente, cada vez están más concienciadas, por lo que toman medidas, como, por ejemplo, que el autobús urbano permita acercar a las mujeres lo máximo posible a su domicilio.

  • Lenguaje excluyente

A través del lenguaje se expresa los pensamientos, costumbres y cultura de un grupo determinado. El lenguaje influye en la discriminación y en la desigualdad de forma natural que históricamente ha ocurrido, y sigue ocurriendo, entre hombres y mujeres.

Según la UNED ‘el sexismo lingüístico es el uso discriminatorio del lenguaje que se hace por razón de sexo. Tal y como considera la lingüista Eulalia Lledó “el lenguaje no es sexista en sí mismo, sí lo es su utilización. Si se utiliza correctamente también puede contribuir a la igualdad y a la visibilización de la mujer” (UNED, 2021).

Un ‘truco’ para afirmar que un texto es sexista es la denominada ‘regla de inversión’, es decir, consiste en convertir los términos masculinos por femeninos, y viceversa.

  • Inadecuada gestión emocional por parte de los hombres

La cultura y tradición machista ha influido en una represión emocional por parte de los hombres tanto en el ámbito público como el privado (‘los niños y los hombres no lloran’).

La Organización Mundial de la Salud define la salud emocional como ‘estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad’ (recogido por DKV, 2019). 

Es por ello, que a la hora de afrontar ciertas experiencias no tienen herramientas para gestionar las emociones que éstas les producen. La Universidad Autónoma de Barcelona recoge que la autogestión emocional es una de las competencias del autoliderazgo consciente, que nos permite ser los propios gestores de nuestro proyecto de vida. Entrenarnos para afrontar emociones desfavorables o negativas y estimularnos con emociones positivas son la clave para la construcción de nuestro bienestar’ (Universitat Autònoma de Barcelona, 2021).

  • Exceso de responsabilidad económica varonil

Como es conocido, la gran mayoría de las mujeres cobran menos que los hombres. Esto es debido principalmente a que las mujeres siguen siendo las cuidadoras principales del hogar. Hace unas décadas, las mujeres se incorporaron al mundo laboral y lo hacían como ‘entretenimiento o para pagar sus cosillas’. Los hombres eran quienes ‘traían’ el grueso económico a casa para pagar la hipoteca, ropa, comida, etc. De ahí la expresión conocida como ‘cabeza de familia’. Sin embargo, aunque actualmente las mujeres tienen más independencia económica, a nivel salarial siguen permaneciendo al mismo nivel desigualitario. 

Esto da lugar a que, actualmente, aunque mujer y hombre trabajan con la misma jornada laboral en el mismo puesto de trabajo, sigue siendo el hombre, por el mero hecho de serlo, el responsable de sustentar económicamente el hogar. 

Estos son solo algunos de los aspectos que se relacionaba con la ‘no perspectiva de género’ que al día de hoy se han ido reduciendo gracias a herramientas como los Planes de Igualdad. Un Plan de Igualdad es ‘un conjunto ordenado de medidas evaluables, dirigidas a remover los obstáculos que impiden o dificultan la igualdad efectiva de mujeres y hombres, y a eliminar la discriminación por razón de sexo en las empresas. El plan de igualdad se estructura tras la realización previa de un diagnóstico, negociado con la representación legal de las personas trabajadoras, y elaborado en la comisión negociadora de dicho plan de igualdad. Los planes de igualdad deberán fijar los objetivos de igualdad a alcanzar, las estrategias y prácticas a adoptar para su consecución. También deben incluir el establecimiento de sistemas eficaces de seguimiento y evaluación de los objetivos fijados’ (Unión Sindical Obrera, 2020)

Para concluir, la mayoría de las personas trabajan cada día con y por la perspectiva de género, en la igualdad entre hombres y mujeres, sin importar el tamaño del gesto, ni el ámbito de actuación (educación; sanitario; histórico, político, social, etc.) lo importante es que la perspectiva de género está en movimiento y que se está visibilizando a las mujeres que han sido borradas de la historias (como científicas; escritoras; etc.) así como promover espacios accesibles y seguros sin importar si es de día o de noche. 

Referencia

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