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Valencia, Galicia y Málaga, 3 de agosto de 2023

A finales de junio, en el Valle del Baztán -lugar conocido por su belleza natural, su rica historia y cultura, enclavado en  Lekaroz (Navarra)- ha tenido lugar la II Edición de la Escuela de Verano: “Cuidar/nos para el bienestar y la calidad profesional”, organizada por el Consejo General del Trabajo Social, un espacio de encuentro y reflexión personal e interprofesional sobre la importancia de cuidar desde nuestra intervención y cuidarnos como profesionales del trabajo social.

Cuatro han sido los ejes temáticos sobre los que se ha trabajado: Cuidarnos para cuidar, Cuidado grupal, Ética del cuidado, Género y cuidados. 

Cinco profesionales del Trabajo Social, que han participado en esta Escuela, han querido compartir esta experiencia con nosotros/as.

Sonia Ricart Demira

En medio de una vorágine de obligaciones llegó el fin de semana de la Escuela de Verano de Trabajo Social. No tenía expectativas porque ni siquiera tenía tiempo para pensarlas entre TFM -Trabajo Fin de Máster-, trabajo y obligaciones varias. Además, iba a colaborar en ese lema del “autocuidado” con el que se organizó la escuela, dando clases de yoga a mis compañeras/os de profesión y eso me tenía un pelín nerviosa.

Después de un madrugón llegamos a la parada de autobús, había gente de muchos lugares, muy sonrientes y con sus esterillas. Navarra verde y la naturaleza imponente del Valle de Baztán, eran el escenario perfecto para abrazarnos en un fin de semana de crecimiento.

Llegamos y nos asignaron las habitaciones: la 213. Habitamos junto con personas procedentes de cada punta de España: Málaga, Galicia y Valencia, “un triángulo si unes los puntos”, pensé. 

Observar, nervios, primeros intercambios de palabras con las compañeras y compañeros de habitación. Empezamos la escuela con ilusión, ganas y arropadas por sonidos de bienvenida de la tierra que nos acogía. Con un discurso alentador y un espíritu compartido de profesión, en rebeldía para desobedecer y luchar en resistencia donde las cosas son posibles cuando lo parecen.

El primer día sirvió para romper el hielo con una dosis de herramientas para gestionar la incertidumbre: optimismo inteligente, relaciones sociales, autoestima, flexibilidad, determinación y gestión de emociones. 

Después cena de campamento e ilusión por el ‘aquelarre’. Había magia en el ambiente, historias de brujas del pasado, de mujeres fuertes que querían hacer callar. Excursión nocturna, conocer a otras/os compañeras/os: Cantabria, Castellón, Zaragoza, Canarias…, saltar hogueras con miedo pero con ímpetu, quemar un papel con cosas que quieres que desaparezcan como: el síndrome de la impostora, la culpa o la ultraderecha…, celebrar rituales con la intención de crear y creer, construir y compartir, de formar parte y de participar, de habitar nuestro territorio, a nosotras mismas y el grupo. Queimada bajo un cielo estrellado y conjuros.

A la mañana siguiente madrugaron 60 personas para venir a la clase de yoga, casi me da un ‘parraque’. Lo hice lo mejor que supe intentando transmitir los beneficios de una práctica de autocuidado accesible para todo el mundo. La habitación 213 al completo apoyándome, gracias compañeras y compañeros. 

Un desayuno como los de mi infancia. con su pan con mantequilla y su Colacao, y directas al taller sobre cuidado compasivo. Compasión, que gran palabra y que pedazo de significado, y como se ha denostado su utilización. Respirar para calmar emociones, algo tan básico como acompañar al grupo, hacer otro trabajo social desde otros espacios y con otras herramientas. Empieza por creértelo tú y actúa desde la empatía, la bondad, la generosidad y la aceptación.

Nos vamos al autocuidado con perspectiva feminista y con base humanista. El encuentro como mayor riqueza, cuestionar actitudes, crear un contexto seguro comunitario deconstruyendo el estado de bienestar actual asentado en una base individualista. Hacer el espacio nuestro, un espacio de encuentro desde la pertenencia y el poder con el afecto y la compañía atravesando todas nuestras acciones como técnicos y como personas. Cambiar la mirada, que es el sentido que más juicio introduce en nosotras/os y utilizar el cuerpo como medio de relación.

Visita a las Cuevas de Zugarramurdi, naturaleza salvaje y una energía brutal donde hicimos una foto de grupo que quedará grabada en la memoria de quienes compartimos esta escuela. Banquitos y escenarios bucólicos con sonidos de agua y mucho calor, pero seguíamos sonriendo, compartiendo y acercándonos cada vez más. Por la noche fiesta con canciones de todas las generaciones.

A la mañana siguiente psicodrama y más magia. Empezamos relajándonos, gritamos y lloramos. Nos tiramos por el suelo y jugamos a ser personas sin juicios y con amor desde la diversión, el respeto y la cohesión.  Un espacio seguro donde jugar, pero también donde crecer, donde soltar y donde nutrirnos. 

Compartimos un espacio de intimidad cerrando los ojos y acariciando las manos de un/a compañero/a, escuchamos indicaciones que al principio seguíamos con nervios pero que después se convirtió en una experiencia de bienestar con el cuerpo, de dejarse llevar y sentir. Y Maite despertó mis ganas de saber más, en septiembre me espera otro master.

Y como guinda del pastel nos esperaba la deontología y el cuidado. Desde el punto de partida de una ética dialógica y relacional, reflexionamos sobre la excelencia profesional: prudencia, responsabilidad y compasión. Hicimos un collage con la advertencia de que todo se convierte en producto de consumo y concluimos la necesidad de una centralidad distinta. Abajo la autosuficiencia y arriba la fragilidad del ser humano para universalizar el poder del cuidado, la vulnerabilidad politizada se acaba organizando.

Un cierre divertido, emotivo, bailongo y con alfombrillas de Mary Richmond, donde nos llevamos el corazón contento y la cabeza en acción.

Vuelvo con la certeza de que tenemos la capacidad, los conocimientos y las ganas como profesión para seguir generando cambios en la sociedad. Potenciar encuentros como la escuela de verano nos recordó nuestra esencia, nos movió hacia el grupo, hacia la generación de nuevas formas, nos reilusionó con la profesión, a pesar de los obstáculos. Compartir frustraciones, obligarnos a parar, el poder terapéutico de la palabra y el grupo vivido en primera persona, es claramente una estrategia de cambio. Pero además, incluyo la reflexión: “nos falta poder de lucha”, de unión, de cohesionarnos para generar demandas claras y firmes hacia nuestra profesión, tanto para las personas con las que trabajamos como para nosotras y nuestras condiciones laborales. La escuela sirvió para abrirnos en canal, junto con un montón de personas buenas y de buenas profesionales, intentando seguir creciendo para seguir estando disponibles a otras personas. Un sentir compartido de querer cambiar las cosas, de frustraciones y de ilusiones, un sentir compartido de grupo y de profesión.

Os recomiendo sin duda que no os perdáis la próxima. NAMASTE.

Javier Calvo Carrión

El madrugón se impuso para llegar a tiempo a la II Escuela de Verano: Cuidar/nos para el bienestar y la calidad profesional, celebrada en Lekaroz. Su paisaje en calma y su historia repleta de lucha en cada valle compensaba la inquietud y la sorpresa que me generaba esta escuela de verano. En primer lugar, un título que para qué negarlo, me continúa generando cierta resistencia, puesto que denominar “cuidar” a un acto realizado por una profesión eminentemente repleta de mujeres me genera muchas dudas. 

Las convenciones sociales, los estereotipos y las imposiciones de género, o de manera más directa, un sistema patriarcal cruel e infame que relaciona directamente los cuidados con las mujeres, ¿es admisible hacer uso de este concepto en una profesión que entre sus bases se encuentra la transformación social? ¿o más bien se trata de la reproducción de todas estas imposiciones por el hecho de ser mujeres? La relación del trabajo social con los flotadores sociales la podemos dejar para otra publicación y para evitar también la ofensa, porque al parecer, el paternalismo la profesión lo abandonó hace muchos años, o no… “El diablo está en los detalles”.

La alegría, la fraternidad y, en definitiva, la camaradería fueron la tónica de esta escuela de verano, con cierta sensación de palmadita en la espalda para poder continuar a la vuelta, cada una en su propio contexto precarizado. El sentirte parte de algo es la esencia misma del corporativismo, y la celebración de este tipo de eventos es llevarlo hasta el paroxismo, “los símbolos solo sirven para alimentar la frágil creencia de los fanáticos”. La exaltación de la profesión fue una constante, y los debates autocomplacientes no cesaron, incluyendo cierto tufo a coaching, vinculado este más a justificar la violencia y el empobrecimiento a través del lenguaje, que a la transformación social. En estos mundos de la psicología positiva, el coaching y demás magufadas no existe el conflicto, la desigualdad ni por supuesto, la lucha de clases. Lo estructural de los problemas sociales fue algo que eché de menos, aunque entendiendo el objeto de la escuela de verano es relativamente permisible.

La habitación 213 fue un pequeño refugio dónde soñar, dónde rememorar luchas pasadas y dónde intentar acercarnos a la utopía, creyendo que otro mundo es posible. La épica reside en los muros de la cotidianidad, y las relaciones de tú a tú fueron la verdadera esperanza de todo esto, compañeras que pelean desde el corazón, cada una a su manera, por la justicia social y la transformación. Diferentes realidades se imponían en las conversaciones, con el ánimo y las ganas de compartir, desde la bella tierra andaluza, labrada en base a la lucha y la tierra gallega en la que también se puede contar innumerables ejemplos de resistencia.

El sentir, el tocar y el compartir son los mayores regalos que nos ha podido hacer esta escuela de verano, desde el psicodrama hasta la relación con la sexología, la ética o el humor. Grandes personas unidas bajo un ideal relativamente común, en la que nos abrimos en canal y pusimos el cuerpo y alma en ella, dejándonos compartir y permitiéndonos la fragilidad.

Compañeras y compañeras de profesión, cada una con su mirada, con su manera de hacer las cosas, pero con unos valores que no se compran ni se venden, y con los que tampoco negociamos con la realidad. La principal conclusión, es que es necesaria la organización de clase, más allá del gremialismo de los colegios profesionales para hacer posible la transformación social. Un placer compartir estos momentos de fraternidad y comprensión, rodeados de unas montañas en las que aún resuena el eco de luchas pasadas por las que merece la pena recoger el testigo.

Fuente: Consejo General del Trabajo Social

Tania Luque Moreno

Participar en un encuentro con profesionales del Trabajo Social siempre es un acontecimiento importante y enriquecedor, pero hacerlo en un entorno especial, rodeada de naturaleza y con una temática sobre cuidarnos para cuidar, es otra historia. 

Si hay algo a destacar en esta escuela de verano es el ambiente, el físico, con un paraje natural precioso, pero sobre todo el relacional; porque desde el primer momento que fuimos llegando nos sentimos acogidas por todas las personas que conforman el CGTS y porque veníamos predispuestas, con buen ánimo y muchas ganas de disfrutar, y eso, lo cambia todo. 

Se creó buen clima desde el primer momento; en las habitaciones compartidas, en la nuestra, la 213, que conforme íbamos llegando nos saludamos con alegría y cercanía; y también en los talleres, la mayoría enfocados a lo emocional, a lo íntimo, a mirarnos y mirar a las/os demás, pero siempre con respeto y con un cuidado que te permitía expresarte y sentirte parte. 

Y que importante es sentirnos parte de algo, y para mi este encuentro ha ido mucho de eso; de reconocernos como profesionales del Trabajo Social, de reconocer a las compañeras y compañeros con nuestras vulnerabilidades, de contar las unas con las otras, y de saber que a veces podemos y tenemos que parar para reconducir y para mimarnos un poquito. Porque, sin duda, el cuidarnos es esencial para que podamos convertirnos a nosotras/os mismas/os en el mejor recurso y la mejor herramienta de intervención que tendremos nunca.

Espacios y experiencias como esta hacen equipo, aunque seamos de puntos de España a 1.000km de distancia; porque somos una profesión que se ocupa de las relaciones, pero a veces nos olvidamos de relacionarnos entre colegas, y de ahí, es de donde salen las mejores ideas.

Me vuelvo a casa con la mochila llena de buenos ratos, con ideas y conocimiento nuevos que seguiré explorando, y también con la suerte de haber conocido a compañeras y compañeros que tienen mucho que decir. 

Lorena Bouza

2 de junio de 2023: era un viernes atípico; festivo local en mi centro de trabajo y extrañamente me encontraba en casa. Revisando novedades en mi ordenador algo llama mi atención: la última publicación del Colegio Oficial de Trabajo Social de Galicia ofreciendo 5 becas para asistir a la II Escuela de Verano. Sin pensármelo ni un segundo cubro los datos y cruzo los dedos esperando recibir noticias suyas pronto. Un fin de semana hizo que la espera fuese algo más larga de lo habitual pero la llamada llegó a golpe de lunes: efectivamente había sido admitida. Y un par de horas más tarde, uno de mis compañeros de profesión me confiesa que a él también lo habían seleccionado. Ahí empezamos a organizar el viaje con toda la ilusión y a la vez desconocimiento por lo que nos esperaba en el Valle del Baztán. Reconozco que acepté sin pensarlo, pero días antes venían a mi mente pensamientos tóxicos y recurrentes que intentaban sabotear la experiencia sin ni siquiera haber salido de nuestra Comunidad Autónoma. Menos mal que no suelo hacerles caso porque de lo contrario estaría perdiéndome, sin duda, una de las mejores experiencias que he vivido últimamente. 

Pablo y yo llegamos a Pamplona una hora antes de lo acordado. Nuevamente entraron las dudas durante la espera, pero rápidamente se disiparon con el trasiego de la gente. Entonces nos propusimos un juego: el de reconocer a nuestros/as compañeros/as. Así fue como conocimos a Tere, recién llegada de Alicante. Y a partir de ahí, fueron llegando el resto. Recuerdo esos primeros intercambios, las presentaciones, los nervios… que hicieron que el viaje de Pamplona al Valle de Baztán fuese más silencioso de lo habitual. 

En el albergue de Lekaroz nos recepcionan los/as compañeros/as del Consejo General del Trabajo Social y automáticamente nos asignan la “habitación 213”. Pablo y yo nos instalamos y rápidamente aparecen Javi y Sonia de Valencia y algo más tarde llegan Tania y David de Málaga. Las presentaciones fueron cortas porque la convivencia ya había empezado y el programa con sus tiempos ya establecidos había que cumplirlos.

Como buena convivencia, no podría empezar de mejor manera que con una comida, momento de dispersión para empezar a conocerse. Ya por la tarde, comienza la Escuela de Verano con la presentación oficial y algunos talleres y dinámicas para entrar en materia. El fin de semana discurre entre sesiones de yoga al despertar, talleres y momentos de ocio (con fiestas, visitas, etc). 

Las clases de yoga fueron un auténtico descubrimiento de manos de nuestra compañera de habitación; todo un acierto incluirlas en el programa ya que nos dieron la energía que necesitábamos para afrontar los días cargados de actividades. 

Los talleres, todos distintos, pero indispensables, nos dieron pequeñas nociones a ampliar para el autocuidado y la ilusión de traer nuevas ideas a nuestro día a día. 

Y los diferentes momentos compartidos con los/as compañeros/as hacen que salga con un gran sentimiento de pertenencia. A diferencia de otro tipo de eventos creo que tenía el número ideal de participantes, pero sobre todo éramos el grupo perfecto: con la sintonía idéntica de vivir la experiencia y querer compartir. 

Esas 48 horas giraron en torno a un número: la 213, ahí se dio la convivencia en su esencia más pura. 6 personas distintas y de diferentes puntos de la geografía española, sin embargo, desde el minuto 0 se generó esa buena conexión, con complicidad que hizo que todo fuese más fácil.

Sin duda, ha sido una de las experiencias más reconfortantes y que más ha llenado mi alma. 

David Caracuel Ruiz

Después de un viaje largo, con muchas incidencias y peripecias incluidas: trenes parados, carreras por las estaciones de esas que profesionales del Trabajo Social sabemos hacer para llegar a todo y conseguir alcanzar el último tren al toque del claxon, llegamos a tierra pamplonica. 

Pisar la tierra del Valle del Baztán te atrapa. con sus tonalidades verde y ocres, sus caseríos únicos,… Comenzar las jornadas con música de las manos de Idareta, tocando el alma, como esos dilemas éticos de los que nos tocan dejando ese aroma estelar en la escuela para el devenir de los días. 

Como el clima de confianza de la habitación 213 desde el primer momento, ese clima de confianza que se genera entre profesional y persona usuaria, de trabajar mano a mano para cambiar la situación, recorrer y vivir la que sería una experiencia única e irrepetible. 

Los talleres se van sucediendo, los momentos de encuentro y café para ir conociendo a la que sería la pequeña gran familia del fin de semana. 

Un lugar único, donde solo había personas corcho, de esas que nos habló Carlos, nada de personas plomo, que solo nos roban las energías, y que nadie nos cuidará si no lo hacemos por nosotras mismas, no hay un milagro como el de San Isidro Labrador, la labranza de esta sociedad es nuestra y solo nuestra. 

Cohesión grupal, rescatar y trabajar desde lo colectivo, pudiendo vencer nuestros miedos a decir “Basta/No” tal y como pudimos comprobar con Isabel y Belén, y seguir alzando las alas como los cóndores.
Sin olvidarnos que nos debemos abandonar la perspectiva feminista y que podemos encontrarnos a través de nuestro cuerpo. Y con nuestra deontología como bandera, para conseguir ser profesionales de excelencia, podemos desnudarnos y abrirnos en canal tal y como nos habla Pedro Pastor en su canción:

Desnudémonos para creernos
Pa’ comprendernos, para aprendernos
Para conectarnos

Sin duda también hubo tiempo para el ocio, visita cultural a las Cuevas de Zugarramurdi, a la localidad fronteriza de Ainhoa y para la magia para quemar todo lo malo en ese Akelarre en tierras de Brujas y la queimada ofrecida por colegas gallegas, con conjuro incluido. Sin dejar una “Noche Ochentera, Noventera” para mover el esqueleto. 

Indiscutiblemente una experiencia donde seguir aprendiendo a cuidarnos para cuidar, saliendo cómo profesión fortalecida con el famoso IPO de nuestra presidenta Emi; Identidad, Pertenencia y Orgullo, para seguir siendo agentes de cambio para nuestra sociedad.

Para concluir y estando en tierras navarras no hay mejor manera que haciendo un símil con ese famoso cántico pamplonica:

“Al Trabajo Social pedimos,
por ser nuestra profesión,
nos guíe a construir una sociedad,
más social, más igualitaria y diversa”.

Huelva, 22 de febrero de 2022

José Luis Gil Bermejo
Trabajador Social, Sociólogo y Psicólogo

Concha Álvarez Sánchez
Trabajadora Social

Rocío Menéndez Picón
Psicóloga

Instalarse en el “no saber” es fundamental para la eclosión de la creatividad, 
para el abrirse a nuevas posibilidades»
(Kisnerman, 1999)

«Sé cómo tú eres, de manera que puedas ver quién eres y cómo eres. 
Deja por unos momentos lo que debes hacer y descubre lo que realmente haces»
(Perls, 1973)

Introducción

Estamos viviendo momentos que, sin ser conscientes de ello, nos lleva ante una vida de incertidumbre generalizada, donde la planificación a largo plazo resulta ilusoria e irreal, lo que antes pertenecía a lugares vulnerables del sistema social establecido, ahora se muestra presente cada vez más en nuestra vida cotidiana con la llegada de la pandemia y sus efectos socio-políticos. Quizás nuestra profesión esté acostumbrada a mirar muy de cerca la incertidumbre, la vulnerabilidad, la exclusión o la supervivencia desde lo precario, así como medidas políticas institucionales que fomentan la desigualdad social, por lo que quizás, algo de todo lo que está pasando a nivel general, dentro de nuestro ser, nos confiere cierto conocimiento para ver las cosas de otra manera.

Escribimos este artículo desde una mirada interior, atendiendo a nuestro ser de forma integral, tanto en el plano emocional, corporal como racional, dándonos cuenta como muchas veces el cansancio físico o  las tensiones corporales nos han recordado de manera individual que quizás quiero dejar la profesión, o que me enfrento diariamente a una soledad institucional que va agotando mis recursos tanto emocionales como racionales, o quizás, justo lo contrario, mi cuerpo y mi ser sienten la satisfacción que me produce ayudar a los demás o el gusto por trabajar en un equipo de trabajo humanizado, así como muchos otros planteamientos, nada sencillos que me han podido surgir en mi biografía personal desde el momento en el cual decidí estudiar o trabajar en la llamada intervención social. 

Desde esta mirada, analizaremos el contexto donde nos movemos como profesionales del trabajo social, en torno a la desigualdad social y la relación de ayuda. Por otra parte, abordaremos el concepto de supervisión profesional de acompañamiento y cuidado propio, analizando alguno de los lugares críticos más comunes de nuestra profesión donde se hace necesaria la supervisión para, finalmente, establecer un modelo que pueda servir como orientación ante nuestro trabajo cotidiano.

Momentos y relatos de la actualidad

La exclusión social es un término de importante resonancia en nuestra sociedad etnocentrista y global neoliberal, ya que en nuestro imaginario se sitúa la inclusión/ exclusión dentro de una sociedad supuestamente desarrollada, en base a unos indicadores económicos que determinan el estar dentro o fuera de la misma. Sería disparatado y complicado hablar de exclusión social en una comunidad indígena en el Amazonas o en una sangha budista en el Tíbet, y si lo hiciéramos, nuestro significante de riqueza tomado en términos económicos sería de lo más paupérrimo (Gil, 2010).

La creciente desigualdad de las sociedades posmodernas poco a poco desdibuja el concepto de clase social, siendo ahora la exclusión social, una realidad que a diario afecta cada vez a más personas que se muestran con incertidumbre hacia el futuro. Dentro de esta incertidumbre, libertad precaria e individualismo, se va forjando la sensación de estar en permanente riesgo, (Bauman y Tester, 2002) asumiendo cada vez mayor tolerancia al riesgo y la desigualdad, propiciando una pérdida de la sensibilidad entre las personas (Bauman y Donskins, 2015). Además, en estos tiempos se nos “vende” la exigencia de “salir de la zona de confort”, o se nos hace responsables de nuestros propios males, detrás de toda una industria de la llamada “psicología positiva” (Gil, 2018).  Parece que la incertidumbre es un valor en alza, por paradójico que suene, en esta creciente mediocretización que limita progresivamente una actitud creativa en esta sociedad (Perls, 1975 y 1976).

Ante este panorama de inseguridad e incertidumbre algo tiene que cambiar. Si el entorno se muestra poco cuidador, será necesario identificar a un sistema que en sus discursos y prácticas avala y justifica argumentos vinculados a la penalización de la pobreza, a la judicialización de la vida cotidiana y a la criminalización de la protesta social (Cerruti y Silva, 2013), para que de esta forma exista una mirada crítica que favorezca un mayor cuidado y justicia social. 

Así pues, nuestro posicionamiento no solamente puede estar en la cognición y comprensión de situaciones de manera individualizada, sino en estar presentes también en la observación desde lo emocional y corporal, pudiendo ver a las personas que nos rodean, en lo pequeño, en la quietud del presente, del aquí y ahora, poniendo en alza la observación y el cuidado de la vida hacia una y uno mismo como hacia los demás y de esta forma, con una mayor conciencia de sí, podríamos aspirar a una convivencia colectiva menos patriarcal y por ende más humanizada (Naranjo, 2010).

El cuidado y la ayuda como esencia de nuestra identidad

El Trabajo Social, como ámbito de la intervención social, se establece como disciplina teórica y profesional dentro de la dinámica psico-social de ayuda en la relación cuidado (Gil, 2016). Hablar del cuidado dentro de la intervención social, supone un componente ético y relacional importante, no solamente hacia las personas que atendemos, sino también hacia nosotras y nosotros mismos, suponiendo el cuidado un eje central de nuestra identidad profesional, así como para lo que llamaremos posteriormente, la supervisión de apoyo. 

Si volvemos al cuidado como algo más cotidiano, más hacía el cuidado hacia sí misma/o, respecto a esta cuestión, Foucault (1984) señala cómo el autocuidado se ha relacionado con el egoísmo, el interés individual y el placer, en contraposición, a lo que podría ser más deseable socialmente, y más en nuestro contexto de la intervención social, donde el sacrificio hacia los demás, parece haberse convertido desde los inicios de la profesión, en una entelequia profesional que se aleja del cuidado propio y en definitiva de nuestro ser.   

Así pues, y empezando a dar forma a lo que entendemos en relación con el concepto de cuidado y haciendo un análisis desde un contexto feminista (Gilligan, 1985), podemos resaltar una serie de características sobre que sería el cuidado en la relación personal y profesional (Comins, 2003; Mesa, 2005): 

  • Consideración de ser y estar en relación: como ser social, más allá del individualismo, apostando por la autonomía personal que fomenta el cuidado mutuo, el cuidado a los demás y a su entorno.
  • Tomar un enfoque sensitivo hacia el contexto: el contexto del cuidado incluye a todas las partes relacionadas, quien cuida y quien es cuidado, atendiendo a las subjetividades de cada cual, va más allá de la situación concreta del cuidado abarcando espacios micro y macro, públicos y privados.
  • Preocupación por los demás: una preocupación que va más bien hacia una sensibilidad o responsabilidad hacia la humanidad, lejana o cercana de cada cual.
  • Sentimientos y razón: donde el pensamiento y la emoción se unen a lo que sucede en nuestro entorno en el momento de tomar decisiones y actuar, la comprensión de situaciones que ocurren en los contextos de ayuda no solo pasa por la razón, necesitan de una mirada propia hacia las emociones que nos surgen.
  • Orientación hacia dilemas reales: reconocer el conflicto y los dilemas del mundo relacional nos posibilita una actitud realista de los lugares en los cuales intervenimos. 

Por ello, la propuesta que hacemos sobre el cuidado, en los contextos profesionales de intervención social, así como en otras áreas de actuación, es dar la importancia y significado al cuidado desde las siguientes orientaciones (Gil, 2018):

  • Ser conscientes del cuidado hacia sí misma/o, como una forma de comunicación propia con las necesidades, deseos y sentimientos que tenemos. Desde este lugar podemos cuidar a los demás a través de nuestra propia experiencia vivida del cuidado.
  • Ruptura de un esquema del cuidado polarizado, yendo más allá de formas lineales de poder (entre quien cuida y quien es cuidado), donde culturalmente se asocia el cuidado a la dependencia o debilidad, apostando por un modelo de cuidado no lineal y contextual, sin posicionamientos de poder a priori, que se generan de manera natural por nuestro posicionamiento institucional de profesional hacia las personas que atendemos. 
  • Ser consciente de nuestra presencia, en el aquí y ahora, dando lugar a nuestros pensamientos, emociones y cuerpo, de manera conjunta, más allá de la racionalización de lo que nos pasa y por qué nos pasa, que en ocasiones nos limitan y obstaculizan de alguna forma la creatividad.  Las filosofías orientales y corrientes psicológicas humanistas nos muestran como importante cultivar el poder estar en presente, en el aquí y ahora, en lo que nos pasa a nivel cognitivo, mental o corporal, lejos de atender la llamada a la acción del ego, del deber o de lo que esperen las demás personas (Naranjo, 1990; de Casso, 2003).

Desde esta visión y acercamiento, se establecería lo que entendemos por supervisión profesional, tomando el concepto del autocuidado, como una mirada hacia nuestro ser personal que se desarrolla profesionalmente en el día a día ante el encuentro con lo humano y la desigualdad social. Sin duda todo ello otorga a nuestra profesión una complejidad admirable y a veces poco reconocida socialmente.

La Supervisión en el Trabajo Social

Si buscamos la etimología de la palabra supervisión nos lleva al latín, donde super significa sobre y vidêre, mirar o ver. Según Aristu (1991) se trata de una “visión desde arriba”, que permite observar con una mayor claridad lo que está pasando (Porras, 2016). 

La supervisión se remonta a las pioneras del trabajo social, Octavia Hill y Mary Richmond, las cuales ya realizaban esta labor, a través del llamado trabajo social de casos (Fernandez, 1997; Puig, 2011). A partir del siglo XX, existen diferentes formas de prácticas de supervisión en el Trabajo Social, con diferentes perspectivas como la administrativa (Dimock y Trecker, 1949), la educativa o la de apoyo (Perlman, 1969; Kadushin, 1985), desarrollándose de manera cada vez más compleja hasta nuestros días (Escartín, Lillo, Mira, Suárez, y Palomar, 2013). 

De una manera sencilla describiremos a continuación estos tres tipos de supervisión (Dawson, 1926; Kadushin,1992; Otegui, 2008):

  • La función más básica de la supervisión administrativa es garantizar que se realice el trabajo. La mayoría de las/los profesionales del trabajo social, reciben este tipo de supervisión en sus entidades siendo fundamental para mantener el funcionamiento de la institución. No solamente se transmiten saberes en los procedimientos y tareas a realizar, sino también cuestiones de la cultura institucional de cómo comportarse y proceder en el ejercicio diario profesional, como si se tratase de un currículum oculto educativo. 
  • La supervisión educativa se encarga de enseñar los conocimientos, habilidades y actitudes importantes para las tareas propias a la profesión, si bien antes, en la supervisión administrativa se miraba a la institución, aquí se mira a los conocimientos propios del Trabajo Social. El objetivo principal es disipar el desconocimiento y mejorar la habilidad profesional. El proceso clásico involucrado en esta tarea es fomentar la reflexión y la exploración del trabajo, desde diferentes corrientes teóricas o miradas posibles en la intervención social (psicoanálisis, terapia familiar sistémica, cognitiva-conductual, humanista, donde se incluye la terapia Gestalt, así como otras perspectivas de corte psicológico o miradas de intervención social de corte crítico).  
  • Por último, la supervisión de apoyo:  esta supervisión está muy en relación con las dos anteriores, el objetivo principal es mejorar el bienestar personal y la satisfacción laboral (Kadushin, 1992). Se considera que las/los profesionales del Trabajo Social se enfrentan a una variedad de tensiones relacionadas con el trabajo que pueden afectar de manera personal y en el trabajo diario, repercutiendo en las personas que atendemos a través de una progresiva desvinculación de nuestros sentimientos que van distanciándose de las situaciones ajenas, propiciando una desconexión recíproca con nuestras propias emociones y las emociones de la persona a la cual acompañamos. La persona que supervisa debe ir más allá de la información recibida (Lillo, 2007) para poder entrar en lo profundo desde lo aparente. 

Teniendo en cuenta esta clasificación de la supervisión profesional en el trabajo social, Puig (2011), siguiendo a Barenblit (1997), establece una serie de características que abordaría la misma, entre ellas: la reflexión sobre la tarea que se realiza, fomentando un pensamiento crítico del cómo y para qué se hacen las cosas, abriendo una posibilidad de realizar propuestas de cambio o mejora; la resolución de conflictos, tanto institucionales como profesionales con las personas que se atienden o incluso personales relacionados con situaciones laborales, donde es evidente que el trabajo con las personas nos va a movilizar; el fomento del autocuidado sería otro de los aspectos muy en relación con la supervisión profesional, una cuestión muchas veces olvidada, donde es importante mantener la premisa de cómo cuidar partiendo del autocuidado o bien permitiendo que nos cuiden. 

No podemos olvidar, desde un posicionamiento crítico, que la supervisión puede ser vista como un sistema de control y limitante para la/el profesional, donde la figura jerárquica de quien supervisa puede imponer su poder, no solo por el lugar que ocupa en la institución si no por la información confidencial e íntima que se comparte en un espacio de supervisión (Andreuci, 2014). Obviamente en este caso no hablamos de supervisión profesional, ya que se perdería uno de los elementos que entendemos como esenciales en la supervisión, el acompañamiento desde el cuidado y la confidencialidad

La complejidad profesional y su supervisión

Si nos detenemos más profundamente en nuestra profesión, podemos observar cómo ésta se encuentra llena de contradicciones que en ocasiones nos relacionan de manera compleja a todo lo que sucede. Nos encontramos por una parte con la cara más cruda de la desigualdad social del entorno, donde nuestro posicionamiento profesional se sitúa por una parte como referente institucional, y desde dicha institución con sus respectivos enclaves culturales y simbólicos que supuestamente para bien o no tan bien, debemos seguir, donde se habla de: casos conflictivos, problemáticas, colectivos, recursos, procedimientos, expedientes, codificaciones, gestiones, prestaciones y un cúmulo de etiquetas que ponemos a las realidades que se muestra a través de las personas que día a día pasan por nuestra atención (Gil, 2011). Por otra parte, el sujeto profesional como ser personal, se encuentra entre esta tesitura de dar una respuesta institucional a una demanda que aparece de manera continua, o quizás, desde el sentido común profesional, dar una respuesta más coherente a lo que vemos. 

Ante el contexto de desigualdad social estructural y coyuntural, la complejidad de la demanda, unida a la imposibilidad de dar respuesta para paliar las numerosas situaciones de violencia estructural ante las que nos encontramos, se produce un desbordamiento profesional, todo ello unido, en muchas ocasiones, a la presión institucional o de la situación, donde lo urgente se convierte en cotidiano y el hacer, en ocasiones, se superpone al razonamiento previo o una planificación racional y coherente. Por supuesto, los sentimientos que nos pueden surgir con todas las personas que estamos en contacto y ante situaciones tan vulnerables, parece que quedan en un segundo lugar, como si se tratase de un aspecto personal contraproducente para atender tanta complejidad y situaciones devastadoras. ¿Dónde quedan las emociones que generan las personas que comparten, en gran medida, tanta intimidad, con nosotras/os?, si recuerdo mis comienzos profesionales, ¿qué emociones me surgen? Estas preguntas residen en nuestro ser, más allá de la posible deshumanización que se genera, en el llamado burn out o síndrome de estar quemado profesional, al estar en contacto continuo con personas ante la incapacidad de satisfacer las demandas constantes (Leiter, Maslach & Frame, 2014).

En los párrafos anteriores describíamos una parte con la que nos encontramos a nivel externo, con la realidad que trabajamos, pero hay otra realidad, y es el dónde trabajamos, el ámbito de la intervención social. Existe una paradoja dentro del ámbito laboral de la intervención social cada vez más presente, su precariedad laboral, una precariedad que afecta a la temporalidad e inestabilidad de las plantillas de trabajo, las cuales requieren una fuerte formación y compromiso dada la complejidad que requiere las profesiones de la intervención social. La precariedad no solo está ligada a las condiciones laborales, sino que también genera exclusión social entre la plantilla de trabajo, a través de la división y jerarquización de equipos de trabajo donde cada cual, puede llegar a tener mejores o peores condiciones laborales realizando una misma tarea, por lo general en la atención directa, dependiendo también del tipo de contrato, de la vinculación con la administración o por razón de sexo (Gil, 2018).

La institución profesional nos dota de un espacio, de un lugar de “ser” profesionales del Trabajo Social, con un consiguiente código deontológico, que aparentemente es respetado y asumido por la propia institución. Nuestro “deber” a la misma es constante, desde una actitud de sometimiento, consentimiento o contra-institucional (enfrentándonos o culpabilizando a la institución de la frustración que genera nuestro ejercicio profesional), pero la respuesta siempre existe, en acción u omisión, existiendo una vinculación emocional (Gil, 2011).

Otras cuestiones que inciden en la profesión y que de manera implícita nos siguen marcando en nuestro día a día son las diferentes circunstancias que se pueden dar de manera común como: una profesión reproductiva, del ámbito del cuidado, feminizada, de procedencia de clases sociales obreras y cuestionadora del sistema hegemónico. Todo ello puede conformar una identidad profesional muy interseccionalizada, siendo una profesión con un estatus poco reconocido, a nivel social y de poder de negociación político. 

Todo esto se pone de relieve en nuestro ejercicio profesional, en nuestro día a día, en las relaciones con las personas que atendemos, con las y los compañeros que nos relacionamos, la cultura institucional, jerarquías y estructuras, políticas sociales y realidad dentro de esta sociedad posmoderna antes y después de la pandemia, aquí y ahora. Entendemos que ante esta complejidad de nuestro trabajo, una vez realizado este breve análisis, requiere un acompañamiento, un cuidado, una supervisión, desde su función administrativa y educativa, en un primer nivel, y en un nivel más profundo a través de la supervisión de apoyo, ya que trabajamos con personas que nos suscitan preguntas, respuestas, vínculos, rechazo, y un sinfín de reacciones, corporales, emocionales y mentales, desde una práctica de supervisión basada en la evidencia (Mo, O’Donoghue, Wong y Tsui, 2020). 

Por otra parte, la supervisión profesional debe ir más allá de la mejora del rendimiento profesional, medido en el logro de la competencia en la prestación de una atención de mayor calidad (Morrison, 2003). La supervisión de apoyo es la que nos lleva a toda esta reflexión y ante la cual vamos a proponer una serie de cuestiones al respecto, para esclarecer lo que pueden ser líneas básicas de la misma.

La supervisión en Trabajo Social desde una mirada Gestáltica

Partiendo de todas las reflexiones a las que hemos ido llegando a lo largo de este artículo, la corriente teórica-práctica que nos parece más oportuna para este tipo de trabajo es la proporcionada por la psicología humanista, en concreto a través de la psicoterapia grupal de la terapia Gestalt. Zinker (1977) señala una serie de objetivos que se pretenden alcanzar desde esta orientación:

  • Fomentar una mayor conciencia de sí misma/o como persona: corporal, emocional y ambientalmente. 
  • Conocer cuando proyectamos nuestros deseos o necesidades en los demás. 
  • Acercarnos a darnos cuenta de las necesidades, y a desarrollar los mecanismos y las destrezas necesarias para conseguir su satisfacción, sin atentar contra las de los demás. 
  • Desarrollar y fomentar la capacidad de apoyo en una/o misma/o sí misma/o en vez de recurrir a responsabilizar a los demás, para conseguir lo que deseamos.
  • Poder estar más sensible ante lo que le rodea, al mismo tiempo que aprender a desarrollar aquellos mecanismos o corazas que le protegen contra las situaciones negativas, poniendo límites.
  • Aprender a asumir la responsabilidad de nuestros actos y de las consecuencias de estos. 
  • Sentir más comodidad en contacto, creatividad y espontaneidad. 
  • Tomar una mayor conciencia en armonizar nuestros deseos, pensamientos y actos, con el fin de sentirnos más a gusto con quienes somos y con lo que hacemos.

Para ello contaremos con las herramientas que nos proporciona este enfoque, las cuales nos permiten crear espacios presentes en el aquí y ahora, así como del darse cuenta de lo que ocurre con cada situación o caso a supervisar, utilizando una metodología donde puedan entrelazarse los espacios de una forma más expresiva, creativa, y donde el juicio evaluativo se encuentre lo menos presente. Estas herramientas nos posibilitan orientarnos hacia una co-visión y un espacio más horizontal de conocimiento, donde el equipo de trabajo pueda sentir estar en un lugar más seguro y de cuidado personal. Un espacio donde la sororidad se posicione frente a la competitividad, creando espacios de mayor entrega y solidaridad conmigo y con la persona que tenemos enfrente, pudiendo crear un encuentro entre nosotras/os más real. 

Se pretende pues, que durante el desarrollo de dicho encuentro, podamos contemplar un espacio de toma de contacto no solo con nuestras cogniciones, sino también con las emociones y las conductas relacionadas y entrelazadas con mis pensamientos, por otra parte nos posibilitará conocer nuestro cuerpo, como cuerpo profesional que cada mañana camina hacia el territorio de la intervención social, el que nos libra de batallas y donde se aposentan las miserias y glorias de nuestra propia historia (Carbajal, 2011).

En un momento tan crítico donde la pandemia nos ha traído y nos vuelve a mostrar cada día que nuestra experiencia sólo puede ser aquí y ahora, es necesario acercarnos más genuinamente a la realidad que nos rodea, creando espacios más horizontales y humanizados, donde el trabajo social y cada persona que está corporeizando la profesión pueda hacerlo de una manera más liberadora y en sintonía con su deseo.

Conclusiones

La relación de ayuda implica una deconstrucción de la práctica del trabajo social actual, la cual viene estando muy relacionada con las exigencias de la deriva neocapitalista, que desdibuja dicha relación de ayuda de su eminente y original ética del cuidado. Necesitamos, cada vez más, espacios donde poder expresar, sentir y pensar lo que nos está pasando, para ello la supervisión nos acompañará en el proceso, un proceso que va más allá de la profesión o la institución para la cual trabajamos, un proceso que complementa otras formas de supervisión, como la administrativa y la educativa, presentando alternativas de supervisión horizontal como la co-visión, que nos lleva a un lugar de conocimiento más profundo, desde la supervisión de apoyo. Entendemos la supervisión de apoyo a través de la mirada gestáltica, una mirada que no solamente complementa un posicionamiento profesional sino también personal. 

Y, ahora bien, ¿qué me puede aportar la supervisión profesional de apoyo con una mirada desde el enfoque gestáltico? A cada persona, según su nivel de vivencia, le aportará unas cosas u otras, pero sin duda nos ayudará a estas y otras cuestiones:

  • Un autoconocimiento propio encaminado hacia el apoyo social, el cual fomenta una mayor satisfacción en las relaciones de nuestro entorno próximo. 
  • Superar prejuicios y discursos patologizantes que nos hacen ver los casos o situaciones como similares (Bingle y Middleton, 2019), perdiendo de vista que cada ser es único e irrepetible.
  • Desnaturalización de todo aquello que damos por sentado, saliendo de nuestros esquemas mentales, por medio de un redescubrimiento teórico y práctico, pasándolo por nuestra subjetividad y sentido común profesional.
  • Creación de espacios de construcción de nuevos discursos colectivos e inclusivos, entre equipos de trabajo y junto a personas que atendemos.
  • Búsqueda de una identidad profesional cambiante, reflexiva, abierta y construida en interacción con el contexto social.
  • Aumentar la capacidad de resistencia ante el conflicto y/o procesos de deterioro en las relaciones interpersonales, dentro de las instituciones en las que se trabaja o incluso, desarrollando mecanismos de autoprotección y cuidado, donde exploremos nuestros límites y podamos cuidarnos, poniéndolos si fuera necesario.
  • Recuperar el optimismo respecto a la práctica de la profesión, y alejarnos de la rutinización del trabajo diario, pudiendo contactar más con nuestros deseos genuinos de una manera más espontánea y creativa de trabajo.

Referencias bibliográficas

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Cádiz, 26 de enero de 2021

Inmaculada Aparicio Gutiérrez
Gerente del Gabinete Social y de coaching Motiva-te

Situación actual del Trabajo Social ante la situación de emergencia social: Sobrecarga profesional, falta de recursos, nuevos perfiles de usuarios/as y demandas más exigentes

La crisis sanitaria provocada por la COVID-19 ha desembocado en una crisis económica que, a su vez, ha causado una crisis social. A raíz de la declaración del estado de alarma comencé a investigar en profundidad sobre la incidencia del “síndrome de burnout” o “síndrome de quemarse en el trabajo” en los y las Trabajadoras Sociales.

Comencé a indagar, a través de grupos de discusión y entrevistas, en el proceso por el que estaban pasando muchos trabajadores y trabajadoras sociales en emergencias sociales, con personas sin hogar, gestionando el duelo en hospitales o cubriendo las necesidades básicas de miles de personas. Encontré muchos casos de profesionales trabajando contra reloj totalmente desbordados/as y con necesidad urgente de más recursos asistenciales. Esta sobrecarga profesional en la que se veían inmersos/as, estaba constituyendo un riesgo no sólo para su propia salud, sino también para la adecuada atención de usuarios/as y su proceso de acompañamiento social. En muchos casos, no podían centrarse en la inclusión social por tener que dar prioridad a tareas de gestión telemáticas y trámites online, ejerciendo en algunos casos como meros tramitadores/as de prestaciones.

Pude además comprobar que habían surgido nuevos perfiles de usuarios/as. Eran personas que nunca habían acudido a servicios sociales, y que aún parecían en estado de shock. Personas que no sabían cómo encajar su situación a nivel mental y emocional.

Los y las trabajadoras sociales, se quejaban de que no disponían de apenas tiempo para cada intervención, que se enfrentaban a demandas más exigentes y que en muchas ocasiones no existía un protocolo de actuación, dando lugar a que los propios profesionales no sabían cómo actuar ante estas demandas.

Estas percepciones que surgían según iba avanzando esta investigación, lo confirmaron en entrevista muchos/as profesionales: Insistían en que debido a los escasos recursos se producía una sobrecarga profesional tremenda. Indicaban que la situación se estaba volviendo muy negativa y afectaba ya a los usuarios y usuarias. Muchos/as transmitían un sentimiento compartido de agobio, estrés y “quemado”.

Dada mi anterior experiencia y que una de las grandes áreas de mi proyecto profesional está relacionada con el autocuidado de los y las Trabajadoras Sociales, vi claramente la necesidad de implementar nuevas herramientas para hacer frente a esta sobrecarga que cada vez era mayor, tanto a nivel personal del propio trabajador/a como a nivel de intervención con los y las usuarias.

Investigación realizada

Dado que una de las técnicas con mayor evidencia científica no sólo para la prevención del estrés sino también para la prevención del burnout es Mindfulness, me propuse relacionar esta técnica con el síndrome de burnout, en el contexto del Trabajo Social.

Encontré que la bibliografía que combina Minfulness, Burnout y Trabajo social es muy escasa en Europa, especialmente en España.

Todo esto derivó en el trabajo de investigación: “Aproximando Mindfulness al Trabajo Social” que estoy llevando a cabo a través del Máster de Mindfulness de la Universidad de Zaragoza, con un convenio de colaboración en prácticas con el Colegio Profesional de Trabajo Social de Cádiz.

El objetivo principal de la investigación es estudiar el síndrome de burnout en el Trabajo Social y analizar los beneficios del Mindfulness en el bienestar de los y las trabajadoras sociales de la muestra, teniendo presente la crisis social actual.

Partiendo de este objetivo principal, se plantean otros objetivos específicos:

  • Analizar el nivel de burnout entre los y las Trabajadoras Sociales, en la muestra de este estudio. 
  • Analizar la aplicabilidad de Mindfulness en el burnout y en el aumento del bienestar entre los y las Trabajadoras Sociales, muestra de este estudio.

Como justificación metodológica, en esta investigación se ha adoptado la metodología cualitativa, y como estrategias de obtención de la información han sido clave los grupos de discusión, complementados con la observación, la conversación, análisis de artículos, entrevistas y participación activa en las actividades que han formado parte del convenio de prácticas a través del Colegio Profesional de Trabajo Social de Cádiz.

La investigación ha comprendido las siguientes actividades, llevadas a cabo hasta el momento: 

  1. Cuestionario para medir el impacto de la crisis Social en los y las Trabajadoras sociales, organizado por el Colegio Profesional de Trabajo Social de Cádiz. Esta actividad ha servido para evaluar el IMPACTO DEL SÍNDROME DE BURNOUT EN EL TRABAJO SOCIAL.
  2. Realización de un Curso online, organizado por el Colegio Profesional de Trabajo Social de Cádiz, titulado “Aprendizaje y práctica de la atención plena en el contexto del Trabajo Social”. En este curso de Mindfulness, se incluyeron dos tests, anterior y posterior al curso, que permitían la evaluación de la APLICABILIDAD DEL MINDFULNESS EN SÍNDROME DE BURNOUT.
  3. Un total de 15 grupos de discusión, grupos focales, utilizando metodología comunicativa y donde los propios profesionales transmiten qué necesitan.

Asimismo, ha jugado un papel significativo el diario de campo.

La investigación se encuentra aún en la parte de análisis, pues se siguen recogiendo más datos a través de entrevistas y análisis de artículos de interés, donde compañeros y compañeras nos acercan con sus relatos y vivencias a realidades desconocidas.

Sin embargo, ya en este momento se pueden extraer conclusiones importantes:

Síndrome de burnout en el Trabajo Social en tiempos de crisis

El término “síndrome de burnout”, que en español se traduce como “síndrome del quemado” o “síndrome de estar quemado por el trabajo” se usó por primera vez en 1969. A lo largo de estos años ha habido muchas definiciones de distintos autores, aunque coinciden en que se produce un desgaste, agotamiento y quemado del profesional. 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido oficialmente el síndrome de burnout como enfermedad. Este reconocimiento entrará en vigor el próximo 01/01/2022. Lo describe como “un síndrome conceptualizado como resultado del estrés crónico en el lugar de trabajo que no se ha manejado con éxito”, caracterizado por tres dimensiones:

  1. Sentimientos de falta de energía o agotamiento.
  2. Aumento de la distancia mental con respecto al trabajo, o sentimientos negativos o cínicos con respecto al trabajo.
  3. Eficacia profesional reducida.

En la investigación realizada se propuso, bajo el marco de un convenio con el Colegio Profesional de Trabajo Social de Cádiz, la realización y difusión de un cuestionario para profundizar en el conocimiento del impacto de la crisis social en los y las Trabajadoras Sociales. Dicho cuestionario, estuvo disponible desde agosto hasta noviembre de 2020 y constó de un total de 47 preguntas, entre las que se incluyeron preguntas validadas usadas en cuestionarios tipo para investigaciones sobre el “Síndrome de burnout” (“Escala validada de MASLACH BURNOUT INVENTORY”), junto con otras preguntas adaptadas a las particularidades de la profesión, para poder relacionarlas y extraer conclusiones.

Los resultados más relevantes obtenidos de la muestra han sido:

  • IMPACTO DE LA CRISIS SOCIAL: Casi unánimemente, los y las Trabajadoras Sociales se han visto impactados/as laboralmente por las circunstancias actuales. Más de la mitad de la muestra indica que su desempeño se ha visto afectado.
  • RELACIÓN CON LAS INSTITUCIONES: Una mayoría siente que las funciones de los y las Trabajadoras sociales no están bien definidas y que existe un exceso de burocracia. 

Además, abrumadoramente consideran que se ha olvidado priorizar sus necesidades durante la crisis.

  • ESTADO PERSONAL.CANSANCIO FISICO Y PSIQUICO: Se aprecia que, un alto porcentaje dice sentir semanalmente molestias físicas (dolor de espalda, de cuello, o dolor de estómago) 

Casi la mitad de la muestra afirma sentirse “consumido/a” al final del día. La mayor parte de éstos (aproximadamente una de cada tres personas) se declara también “quemado/a” al menos una vez por semana.

  • ESTADO PERSONAL. CANSANCIO EMOCIONAL: Se extrae del análisis de los gráficos que aproximadamente el mismo porcentaje que dice sentirse “quemado/a” se declaran emocionalmente agotados /as por su trabajo. 

De éstos/as, la mayoría manifiestan haber necesitado algún tipo de ayuda emocional durante la crisis, al menos una vez por semana. Se trata de aproximadamente una de cada cuatro personas de la muestra.

  • RELACIÓN CON LA PROFESIÓN: Las conclusiones más relevantes de las preguntas en relación al ambiente laboral y relación con la profesión son que; aunque la mayor parte de la muestra está satisfecha con su trabajo actual, hay aproximadamente un 20% (una de cada cinco) que no sólo se plantea el cambio de trabajo, sino el dejar de ejercer la profesión.
  • AUTOCUIDADO: Se aprecia una distribución de las respuestas en relación al autocuidado que practican los y las Trabajadores Sociales, encontrando porcentajes significativos tanto entre los que lo practican como en lo que no. 

Sin embargo, estos profesionales creen mayoritariamente que no se están tomando medidas en este sentido en su ámbito profesional.

Herramientas de autocuidado para su prevención: Mindfulness

Para hacer frente a la sobrecarga laboral, es necesario en muchos casos usar herramientas de desarrollo personal y profesional en estas nuevas situaciones. 

Para el autocuidado en los y las profesionales del ámbito social existe un gran abanico de herramientas; como son el Coaching, la Programación Neurolingüística, herramientas y competencias derivadas de la Inteligencia Emocional, entre otras. Sin duda, una de las herramientas más efectivas con evidencia científica para la prevención y tratamiento del estrés y prevención del síndrome de burnout es Mindfulness. 

Mindfulness (que podría traducirse como “estar atento”) se refiere por un lado a un estado de la mente; y por otro lado, a las técnicas que permiten desarrollar este estado de la mente. Aunque existen muchas definiciones, una de las más utilizadas fuera de los ambientes científicos es la del monje budista Ticht Nat Hanh, quien la define como “mantener viva la propia conciencia focalizada en la realidad presente”.

Algunas de las técnicas que permiten desarrollar ese estado de la mente serían la meditación atencional, generación de aceptación, prácticas informales etc.

Es una técnica multiefectos, con beneficios a nivel atencional, sensorial, somático, experiencial y emocional. 

En la investigación realizada, para evaluar la aplicabilidad del Mindfulness en el tratamiento y prevención del síndrome de burnout se propuso la realización de un Curso online, organizado por el Colegio Profesional de Trabajo Social de Cádiz, con una duración de 8 horas (4 sesiones de 2 horas) titulado “Aprendizaje y práctica de la atención plena en el contexto del Trabajo Social”. En este curso de Mindfulness, se incluyeron dos tests, anterior y posterior al curso, que permitían evaluar cómo afectó la práctica al alumnado.

Como conclusión principal tras el análisis de los tests, se comprueba cómo las personas participantes con nivel de quemado alto, que no faltaron a ninguna sesión y que realizaron las prácticas recomendadas e hicieron seguimiento, al finalizar el curso no solo había aumentado su nivel de mindfulness, sino que también se había reducido su nivel de quemado.

Conclusiones generales hasta el momento

En la investigación realizada, por el momento se pueden extraer las siguientes conclusiones:

  1. En la muestra analizada, se comprueba cómo los y las Trabajadoras Sociales se consideran impactados/as laboralmente por esta crisis social, presentándose consecuencias en su salud física, mental y emocional.
  2. Aquellas personas de la muestra que se sentían “quemadas”, han reducido su nivel de quemado tras la práctica de Mindfulness. Asimismo, dentro del contexto del Trabajo Social, esta práctica les ha proporcionado otro tipo de beneficios, como por ejemplo la reducción de la rumiación, regulación emocional, exposición de miedos, etc.

Como investigación en curso, las conclusiones anteriores se consideran aún provisionales. 

En tiempos de incertidumbre, me motiva seguir moviendo al Trabajo Social, promoviendo el autocuidado desde la investigación para seguir avanzando en nuestra profesión. ¡JUNTOS Y JUNTAS HACEMOS MÁS! 

Bibliografía

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