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Sevilla, 1 de junio de 2023

Fernando Relinque Medina
Profesor Contratado Doctor del Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales. Universidad Pablo de Olavide

Mireia Masdeu Valdivia
Alumna de Postgrado del Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales. Universidad Pablo de Olavide

Desde hace algunos años, la Federación Internacional del Trabajo Social está haciendo esfuerzos por involucrar la profesión con la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente, como algo indisoluble del bienestar social y como parte del corpus profesional del trabajo social. Lemas del Día Mundial del Trabajo Social  como fue “Promoviendo comunidades y entornos sostenibles” en el 2017 o “Construyendo juntos un nuevo modelo ecosocial: sin dejar nadie atrás” en 2022, refuerzan este compromiso. 

La conciencia de pertenencia a una vida eco-sistémica, donde el bienestar de lo que nos rodea, sean personas, entornos, comunidades, organizaciones, etc. está directamente relacionado con nuestra propia calidad de vida y bienestar, constituye la base epistemológica sobre la que se cimenta el Trabajo Social Verde.

Sin embargo, la relación entre Medio Ambiente y Trabajo social ha sido tímidamente abordada en la bibliografía académica, profesional y científica especializada. En su mayoría han sido estudios puntuales, no integrales, que tratan de visibilizar las consecuencias sociales de determinados territorios con estrés ecológico o derivadas de catástrofes ambientales o climáticas (Dominelli, 2015; Sepulveda-Hernandez et al., 2022), y, por tanto, ponen el foco en cómo el trabajo social puede intervenir sobre estas consecuencias sociales de situaciones ambientales adversas como sequías (Chiwara & Lombard, 2018), inundaciones (Maarefvand et al., 2020),  migraciones por causas climáticas (Park, 2019), etc.  

Sin embargo, sin ánimo de restar un ápice de importancia a estos estudios y corrientes de pensamiento, se hace necesario transitar un recorrido, a menudo obviado, que supone el fundamento o la epistemología del Trabajo Social Verde o, quizás mejor dicho, Trabajo Social Ecológico (Ibrain, 1986).

EL DESARROLLISMO Y SUS CONSECUENCIAS PERVERSAS EN LA SOCIEDAD Y EL MEDIO AMBIENTE

Sería pretencioso, para ello, retrotraer la mirada demasiado tiempo atrás para comprender el origen y significado de esta área del trabajo social, pero quizás desde la finalización de la II Guerra Mundial hasta nuestros días puede dar una visión clara de cómo el trabajo social se encuentra íntimamente ligado al medio ambiente.

La reconstrucción de una Europa devastada por las dos contiendas mundiales que se dieron cita en la primera mitad del siglo XX, debía hacer frente a un grave problema de vivienda e infraestructuras y a una economía resentida por la crisis postbélica. Sin duda, una situación de debilidad que le forzó a caer en los brazos de un capitalismo feroz importado que, a través de diferentes programas de reconstrucción, posibilitó la restauración urbanística, estructural y económica del viejo continente, y con ello, también inoculó el capitalismo por la vía del desarrollismo en la mayor parte de los países europeos. 

Este desarrollismo que se extendió por todo el territorio europeo, supuso una nueva era de auge y expansión con la llegada de grandes infraestructuras como presas, carreteras, crecimiento de grandes ciudades, urbanización, formación de la clase obrera (Domènech i Sampere, 2003), etc. 

Unido a este desarrollismo, a partir de los años 70, la población sucumbió al calor de los nuevos desarrollos turísticos, hoteleros y de servicios, permitiendo servir de salvavidas al ralentizado motor económico tras la reconstrucción europea (Marrero et al., 2011). El turismo residencial y hotelero se expandió como la pólvora, aunque para ello se hayan tenido que ver comprometidas zonas naturales de altísimo valor ecológico, sufrir desplazamientos forzosos de población nativa de sus lugares de origen e, incluso, la modificación o asimilación cultural, de tradiciones y legislación para hacer posible la llegada de la gallina de los huevos de oro, el turismo (Gascon, 2016; Huete, 2010).

Y con el advenimiento del turismo y la globalización nos hemos convertido en una sociedad de servicios (Rubio Benito, 2000), que se sostiene gracias a un consumo masivo. Este desarrollismo que hemos vivido no es más que el máximo exponente de las leyes del liberalismo que ya vislumbró Adam Smith en el siglo XIX (Elton, 2012), un liberalismo cuya base es la acumulación de riqueza y, por supuesto, el individualismo por encima del colectivismo.

El individualismo es un mecanismo perverso en el que estamos inmersos desde hace más de medio siglo y que hemos naturalizado en nuestras relaciones y nuestro modo de vida, aun siendo el responsable de dejar a mucha gente atrás.

Desde esta óptica, podría verse el desarrollo del sistema de servicios sociales en los años 70 como una estrategia para mitigar un desarrollismo que paulatinamente va degenerando la sociedad y dejando fuera a más personas (desempleo, pobreza, adicciones,…) poniendo en tela de juicio la viabilidad del propio sistema liberal. En síntesis, desde esta visión, la función de los servicios sociales es rescatar a todas aquellas personas y colectivos que quedan fueran de este sistema capitalista y reintroducirlas en el mismo sistema injusto que hemos creado.

Y a esto es lo que se suele llamar Estado de Bienestar. ¿De verdad ha existido un Estado de Bienestar? Indudablemente han sido unas generaciones con un nivel de bienestar muy elevado, pero con una serie de consecuencias nefastas que hemos interiorizado como sociedad. En primer lugar, hemos asumido la tesis individualista, cada uno trabaja para su beneficio propio, trasladando al Estado la responsabilidad de qué hacer con aquellos que, por diversas circunstancias, no pueden alcanzar un adecuado nivel de bienestar o de inclusión. Y, por supuesto, hemos asumido la acumulación de riqueza, equiparando el éxito en la vida con la capacidad de acumulación y consumo. Este éxito se ha convertido en un fin como miembros de la sociedad, aunque para ello se generen procesos de exclusión social o se esquilmen los recursos naturales de los que depende la vida misma.

Sin embargo, en la crisis del 2007, los motores económicos tradicionales dieron muestras serias de agotamiento, habiéndose llegado a un punto de inflexión tras años de aumentos históricos en la producción (Niño Becerra, 2010). También el consumo había llegado a su tope máximo con un endeudamiento masivo de la sociedad. Si el mundo hiperdesarrollista y de consumo ha llegado a su cénit ¿qué podemos hacer? Quizás merecería una reflexión profunda sobre el resultado de esta crisis socioeconómica del 2008 y de la oportunidad perdida de reinventar una nueva sociedad más justa y respetuosa con los demás y con el medio, pero la inercia de consumo y desarrollo opacaba cualquier otra opción que no fuera seguir consumiendo, hiperdesarrollando y acumulando. 

Pero llegaron las tecnológicas y su mundo online aún por construir. De la mano de ellas, con Apple a la cabeza, en la segunda década del siglo XXI se reactivó el desarrollismo e hiperconsumo gracias a la tecnología. 

Por otra parte, desde finales del siglo XX va emergiendo con una fuerza creciente una verdad incómoda (parafraseando a Al Gore), las consecuencias climáticas de este hiperdesarrollismo. En 2003, en la COP3, se firma el Protocolo de Kioto en el que se exige a las partes que inicien negociaciones para reducir las emisiones mediante objetivos cuantitativos y plazos concretos. No obstante, a pesar de las sucesivas reuniones mundiales, los esfuerzos de organizaciones ecologistas y los potentes movimientos de la sociedad civil, los gobiernos han mostrado una sorprendente debilidad frente a los intereses de las grandes empresas e industrias, alcanzando compromisos con demasiado retraso y de muy bajo nivel a pesar de la emergencia climática a la que asistimos.  

Los estudios científicos sobre cambio climático dibujan una  realidad dramática en la que millones de personas van a ver comprometidas sus vidas, en la que vamos a tener que afrontar problemas cruciales como la carestía alimentaria, condiciones meteorológicas más agresiva, falta de materias primas, desplazamientos forzosos por causas climáticas, etc, con las herramientas que nos ha dejado el desarrollismo en las últimas décadas: individualismo, acumulación de riqueza e hiperconsumo. 

NECESIDAD DE UN CAMBIO DE PARADIGMA. HACIA UN TRABAJO SOCIAL VERDE

El trabajo social no puede situarse al margen de esta realidad. La mitigación de las consecuencias sociales del cambio climático, la reivindicación de políticas sostenibles que tendrán efectos directos en la reducción de desigualdades sociales y la corresponsabilidad de los servicios sociales con el medio ambiente son áreas prioritarias de la profesión del trabajo social en el siglo XXI. Se requiere de un cambio de paradigma, que debe basarse en tres elementos principales:

  1. Ser consciente del impacto que el desarrollismo ha tenido en la manera de organización y gestión de las sociedades, comprometiendo seriamente el medio ambiente y el bienestar de la sociedad.
  2. Comprender la transversalidad del medio ambiente, que genera consecuencias directas sobre la vida de las personas y que, por tanto, el trabajo social debe asumir esta transversalidad desarrollando políticas sostenibles en todas y cada una de las prácticas profesionales.
  3. Generar prácticas comunitarias alternativas que favorezcan prácticas sostenibles y respetuosas con el medio ambiente y potencien el cooperativismo, frente al individualismo, para minimizar el impacto social del cambio climático.

En definitiva, como profesión, debemos transitar de una lógica desarrollista, basada en la sociedad de servicios, donde el trabajo social se encuadra como uno más de los servicios que se ofrecen, a una lógica eco-social, donde el trabajo social hace valer su cuerpo epistemológico, teórico y práctico para la generación de comunidades resilientes, desarrollo de políticas respetuosas con el medio ambiente, con la sociedad y su diversidad y reivindicar prácticas sostenibles para reducir las agresiones al medio ambiente que inevitablemente inciden directamente en el bienestar social. 

Este cambio de paradigma comporta la base y definición del Trabajo Social Verde o Trabajo Social Eco-Social.

Trabajar desde el paradigma del Trabajo Social Verde requiere tomar conciencia de que el bienestar de la sociedad pasa por tener presente la noción econsistémica, generando entornos eco-socialmente resilientes, esto es, entornos donde las personas que lo habitan disponen de capitales, relaciones y herramientas adecuadas para afrontar de manera participada los procesos y cambios sociales, económicos políticos y culturales que les afectan y son capaces de producir soluciones y estrategias sostenibles en el tiempo, respetuosas con el medio e integradores de los sujetos en su diversidad.

REFERENCIAS

Dominelli, L. (2012) Green Social Work: From Environmental Crises to Environmental Justice. Polity Press. Cambridge.

Chiwara, P., & Lombard, A. (2018). Mitigating the impact of drought in Namibia Implications for social work practice, education and policy. En L. Dominelli (Ed.), Routledge Handbook of Green Social Work (pp. 293-306). Routledge. https://www.webofscience.com/wos/woscc/full-record/WOS:000462909900027

Domènech i Sampere, X. (2003). La otra cara del milagro español: Clase obrera y movimiento obrero en los años del desarrollismo. Historia contemporánea, 26, 91-112.

Dominelli, L. (2015). The opportunities and challenges of social work interventions in disaster situations. International Social Work, 58(5), 659-672. https://doi.org/10.1177/0020872815598353

Elton, M. (2012). The Morality of Self Interest in Adam Smith. Convivium, 25, 71-89.

Gascon, J. (2016). Residential tourism and depeasantisation in the Ecuadorian Andes. Journal of Peasant Studies, 43(4), 868-885. https://doi.org/10.1080/03066150.2015.1052964

Huete, R. (2010). Opinions and attitudes towards residential tourism in the south of the Valencian Community. Pasos-Revista De Turismo Y Patrimonio Cultural, 8(4), 445-461. https://doi.org/10.25145/j.pasos.2010.08.040

Ibrain, T. (1986). Sobre el sentido «ecológico» del trabajo social. Servicios sociales y política social, 5, 39-40.

Maarefvand, M., Ghiabi, M., & Nourshargh, F. (2020). Social work post-disaster response in Iran: A case study of the 2019 mass flooding in Poldokhtar, Lorestan. International Social Work, 00208728211018742. https://doi.org/10.1177/00208728211018742

Marrero, G. A., Puch, L. A., & Gutiérrez Navratil, L. F. (2011). Los efectos medioambientales del boom y el parón inmobiliario. Economía industrial, 379, 145-158.

Niño Becerra, S. (2010). El crash del 2010. https://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=593942

Park, Y. (2019). Our House Is on Fire: Social Work and the Crisis of Immigration. Affilia-Journal of Women and Social Work, 34(4), 413-420. https://doi.org/10.1177/0886109919880349

Rubio Benito, M. T. (2000). De la sociedad agraria a la sociedad de servicios. A distancia, 1, 191-200.

Sepulveda-Hernandez, E., Ucar, X., & Rodriguez-Flores, P. (2022). Social intervention in socio-natural disasters (SND): Analysis from social work students from Coquimbo and Atacama in Chile and the challenges for disciplinary eco-training. Eleuthera, 24(2), 295-320. https://doi.org/10.17151/eleu.2022.24.2.15

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